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1713 festa

Barcelona en 1713: fiesta todo el año

Descubre cómo eran las celebraciones en la ciudad hace trescientos años

Escrito por
Time Out Barcelona Editors
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En la Barcelona de principios del siglo XVIII, uno de cada dos días era festivo, hecho que obligaba a los comerciantes a pedir permiso para poder abrir algunas horas y evitar que el negocio se hundiera. En la ciudad se celebraban cada año decenas de fiestas religiosas y civiles fijas, en las que las autoridades sumaban celebraciones por los motivos más diversos. Si un rey se recuperada de un resfriado, fiesta. Si el Papa proclamaba una nueva canonización, fiesta. Si una reina paría, fiesta también. Y los barceloneses, al margen de algún señor tendero refunfuñón, todo lo celebraban con el mismo entusiasmo. De hecho, era tal el jolgorio, que a menudo los mandamases de la ciudad intentaban poner orden. Sin demasiado éxito.

La llegada de Carlos III a Barcelona
En otoño de 1705 llegó a Barcelona el archiduque Carlos de Austria para jurar las Constituciones catalanas y ser proclamado rey. En 1701 había hecho lo mismo Felipe de Borbón, pero entonces las celebraciones pasaron con más pena que gloria. Fue la llegada de Carlos III la que desatara la fiesta. En honor al nuevo rey se celebraron procesiones (con parada ineludible en la plaza Mayor del Born, el centre neurálgico de la ciudad), fuegos artificiales (la estridente afición de los barceloneses por la pólvora ya estaba entonces bien arraigada), luminarias (que convertían la noche en día gracias a candelas y antorchas en los edificios oficiales y muchas casas particulares) y bailes en la calle y en el desaparecido Palacio del Virrey del pla de Palau. Las fiestas reales revivieron en 1708, a raíz de la boda del monarca en Santa Maria del Mar, y continuarían durante los primeros meses de 1709, ajenas a los vaivenes de la guerra, en un estado de desenfreno total que se acercaba a la inconciencia.

El Carnaval, la fiesta más popular
De las fiestas fijas de la época, una de las más concurridas era la procesión del Corpus, con el cortejo de los gigantes y figuras del bestiario (el águila, el león, la mula). Era una celebración religiosa, pero con actitudes profanas que a menudo escandalizaban a las autoridades eclesiásticas. Pero si había una fiesta que hacía poner el grito en el cielo a los curas, era el Carnaval: la más popular y alocada. Oficialmente, se celebraba los tres días anteriores al miércoles de Pascua, pero casi siempre se alargaba, avanzando el inicio al 28 de diciembre. Eran semanas de auténtica barra libre, para comer y beber hasta reventar, y ponerse una máscara y aprovechar el anonimato para insultar o piropear a los vecinos y vecinas. Los más atrevidos vestían disfraces exóticos, algunos sacrílegos, otros muy cercanos al travestismo.

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