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©IvanMorenoBollocks Bar

Bares para moteros, ciclistas, rockeros y fanáticos de 'Perdidos': bares temáticos en Barcelona

Un recorrido por los bares donde podréis disfrutar al máximo de vuestros hobbies

Escrito por
Time Out Barcelona Editors
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Seáis como seáis, hay un bar para vosotros. Como segunda casa de quien lo monta, el bar refleja filias y fobias. Mi teoría es que fuera del bar y del trabajo, aquí la gente tiene pocos hobbies. Por eso en Barcelona hay pocos bares temáticos. Pero los que hay son muy, muy divertidos. Y sirven...

Si hay un coche que ha creado afición y fanatismo en España es el Seat 600 (conocido popularmente como ayga, el acrónimo de arroz y garbanzos, que es lo que se podía permitir la gente que lo compraba. Quien tenía pasta gansa se compraba un haiga, "el mejor que haiga"). Desde la barra del bar Taita (Mestre Nicolau, 11), sede social del Club 600 Barcelona, José Luis Santoll glosa las virtudes de un coche que, hoy en día, parece que hizo tanto por la democracia como la Transición: "Fue el primer coche que se pudo comprar todo el mundo, el que motorizó España", explica.

El Taita es un barecito simpático con aires de bodega, con la calidez popular que tanto escasea en la zona alta. Hay un comedor interior donde los fans del 600 hacen sus reuniones. Pero, sobre todo, asombra un morro de 600 cortado, que preside la escena. Para una miniatura, pero es real, un verdadero trofeo desarrollista que nos recuerda de dónde venimos. Era el primer 600 que tuvo Santoll en el año 1965.

El bar, lo cogió su padre en 1958, cuando era un "bar de artistas". No recuerda ni cuándo se abrió. Y la visión del 600 de juguete y una figurita del Sr. Spock acentúan la sensación de irrealidad. Y qué caray, tomarse un carajillo donde Greta Garbo se tomó un cóctel tiene su cosa.

Y si el 600 democratizó, de la bici ya ni hablemos. El ciclista urbano que circula con Brompton se sentirá como en casa en El Ciclista (Mozart, 18), una elegante coctelería diseñada para la gloria del pedaleante asfáltico. Los socios, Santiago y Fernando, son un diseñador y un coctelero que se enseñaron respectivamente los oficios. "Esto es un homenaje al ciclismo urbano sin estereotipos", me informan.

Todo el interiorismo es obra suya y, aunque quien escribe nunca ha sentido ningún fetichismo por el mundo del pedal, no puede evitar embobarse delante de unos manillares exhibidos como si fueran cabezas de caza, y admirar la funcionalidad y la clase de un diseño anguloso, metálico y al mismo tiempo acogedor. "Esto está hecho porque, si entrar con una bici, no puedas romper nada", explica Santiago. Dejan aparcar la bicicleta dentro del bar de jueves a viernes, tienen música en directo, exposiciones itinerantes y una carta de cócteles bien ejecutada y asequible. Cualquier objeto no clavado está a la venta. Un lugar fenomenal para coger un buen pedal.

Sentado en la barra del Paddock (Paral·lel, 92. T. 93 329 51 42), veo salir cerveza de un tirador que es un motor Yamaha cromado. Chelo me explica cómo en 1991, a los del grupo de amigos de su hermano, locos de las motos, la policía les prohibió bajar las curvas de Montjuïc. El furor motorista se canalizó convirtiendo el restaurante familiar en un bar de moteros. Ahora, con 22 años de vida, el Paddock ya se ha convertido en una barra clásica. Si quieres comprar o vender una moto, compartir un viaje o, sencillamente, intercambiar historias de moto, este es tu lugar. En un Paral·lel cada vez más huérfano de espíritu de barrio, ellos son un local que frecuentan juntos padres e hijos.

En la cicatriz urbana de Pere IV en 2005 abrió el Bharma (Pere IV, 93), un bar dedicado a la serie 'Lost', un hecho tan insólito que lo convirtió en un pequeño fenómeno. Su propietario, Rafael García, montó el bar "porque quería hacer un bar temático pero que fuera original". Lo erigió durante la segunda temporada de la serie, antes que se desatara la histeria. Y tuvo momentos de gloria: "Los fines de semana pasábamos los capítulos. Primero venían dos amigos, y con el boca-oreja acabaron siendo más de cien personas". El final de la serie aquí se vivió con la misma desesperación que el Barça-Madrid más cruel. De los días de ansiedad made in J. J. Abrams, es testigo la cola del avión clavada en la vegetación, una reproducción de la escotilla y todas las paredes cubiertas de rocas de cartón-piedra.

Y también una fotografía firmada de cuando Jorge Garcia, el gordito Hurley, les visitó. Como bar de copas, es misterioso; pero reconvertido en restaurante de menú, es insuperablemente entrañable. Mientras te comes la fideuá, ¿se abrirá la escotilla? Ahora bien, a menudo le dedican noches a 'Homeland', 'Game of Thrones' y otras series de ahora.

Si algo defina al chileno Alex Schoihet y a sus socios es que, además de empresarios de barra, son fans del rock. Irreductibles y cuidadosos. Sus locales son pequeños parques temáticos que rezuman amor, detallismo y dan ganas locas de emborracharse. Bollocks (Ample, 46) es un bar heavy "inspirado en una estación de metro abandonada de Queens de los 80".

Con hard-rock y metal 80's a todo trapo y cerveza helada y un interiorismo apocalíptico -grafittis, cuero negro y tachuelas, el muñeco de Iron Maiden a tamaño real sentado en una taza de water colgada del techo-, esperamos que entre una banda estilo film de The Warriors por la puerta de un momento al otro. Nevermind Raval (Tallers, 68) todavía es más radical: centrado en el skate y el street art, este skate-bar al fondo tiene un half-pipe, una U de hormigón donde se pueden hacer trucos con el monopatín. Más de mil tablas rotas -regalaban cuatro cervezas si la traías- adornan techo y paredes.

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