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No lo había hecho nunca, hasta que lo hice: enfrentarme a un meón callejero. Fue el pasado sábado, a las siete de la tarde. Supongo que lo hice por la impunidad y la despreocupación total con la que el energúmeno se sacudía la chorra, a la vista de todos, después de marcar su territorio en la reja de un local comercial cerrado, entre el bar de la esquina y la parada del bus. Eran las siete de la tarde, en una calle de la Rambla de Poblenou (una zona de paso muy transitada por niños) y ese pedazo de despojo incívico no había hecho ni el esfuerzo de buscar el escondite de un solar o un callejón poco concurrido.
Mi frase, literal, fue: "c *****, ¿qué te parece si te sigo hasta la puerta de tu habitación y me meo en ella?». La reacción del tipo, con pinta de amigo de Neymar (creo que era un turista), fue de incredulidad total. ¿Es que es tuyo? No hay sitios para mear. ¿Y que vas a hacer? Pues llamar a la Urbana en sus narices, mientras él esperaba el bus con sus congéneres.
La acción fue puramente simbólica. Cuando subió al transporte, puse un pie en la plataforma y me dirigí al conductor así: “¡Por favor, vigile que este pedazo de cerdo valide el billete! Porque de momento ya se ha meado en la parada”. ¿Excesivo? Quizás sí, pero algo me dice que este año tendremos récord de subida de temperaturas y de meadas incívicas (sean de turistas o locales). En todo caso, yo me quedé de lo más descansado. Propongo que este método, el abucheo kamikaze, sea un código de comportamiento estándar ante el meón callejero (siempre que no pongáis en peligro vuestra integridad física, claro). Al menos les podéis provocar unos minutos poco confortables, y tal vez la próxima vez él y su cipote se lo pensaran dos veces.