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Prohibit mòbils
©Shutterstock

¡Confisquen los móviles en el teatro, por favor!

Escrito por
Andreu Gomila
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Seguro que han ido al teatro alguna vez y ha sonado un móvil. Seguro que era en el momento en que Hamlet iniciaba el monólogo de 'Ser o no ser', cuando todo estaba en silencio, en tensión y... el politono, la canción de turno o lo que sea lo enviaba todo xxx. Y eso que en la entrada del teatro hay un móvil rallado y que al principio de la función, antes de que la luz se apague, hemos oído una voz que decía que, por favor, apaguen los teléfonos móviles y las alarmas de los relojes. Pues no, se ve que hay mucha gente en Barcelona que es sorda, no entiende el catalán o, simplemente, le gusta dar la lata al resto de los espectadores.

La semana pasada, fui a La Villarroel a ver 'Marits i mullers', 'y la función fue un festival de sonidos. Sonaron hasta cinco móviles. ¡Cinco! Acompañados de un concierto de tos, comentarios en voz baja, espectadores que pedían silencio... Un suplicio, sobre todo para los actores, que aguantaron el tipo como campeones sobre el escenario. Esta escena, desgraciadamente, se repite cada vez que voy a un teatro medio o grande. El Nacional suele ser el peor lugar. Pero también ocurre en el Romea, en el Lliure, en el Victòria... En todos. En las salas pequeñas, tipo Flyhard o Beckett, la cosa suele ser diferente. Quizás porque los espectadores –son pocos– saben qué tienen que hacer.

Cuando vas por el mundo a ver teatro no te encuentras gente tan maleducada como en Barcelona. He visto teatro en casi toda Europa y nunca he oído cinco móviles sonando. Ni tanta gente tosiendo, y ya les digo yo que en Oslo o en Berlín hace más frío que aquí. Será que más allá de los Pirineos son más respetuosos con los artistas y el resto de espectadores.

Además, siempre se dice que los jóvenes no tienen educación, que si son ignorantes, que no respetan a nadie, etc. Pues les tengo que decir que los móviles que suenan, casi siempre, están en manos de personas mayores. Abuelos y abuelas que comentan la jugada con su compañero o compañera de silla. He estado en funciones con adolescentes y puedo decir que se portan mejor que la gente de cierta edad.

De esta manera, propongo algo, algo radical: que los teatros confisquen los móviles en la entrada. O que el acomodador compruebe que todo el mundo ha apagado el maldito teléfono que sonará en un momento u otro. O que se instalen inhibidores. No sé. Pensaba que la cosa cambiaría, que la gente aprendería a manejar los aparatos. Pero no. Cada vez es peor. Y es necesaria una solución radical.

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