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La 'Señora de las Palomas' siempre gana

Escrito por
Òscar Broc
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Llevo años enfrentándome verbalmente a la Señora de las Palomas. No sé cómo se llama, pero todos la conocen por este apelativo. Hablo de un mujer jorobada e iracunda que causa el pánico en Sant Gervasi; una señora que ya se ganó el odio eterno de los vecinos de Sarrià, el barrio donde operaba con anterioridad.

La imagen es escalofriante. La Señora de las Palomas camina por Aribau arrastrando una bolsa llena de arroz, y una estampida de palomas enloquecidas la sigue dejando un rastro de guano, plumas, parásitos y suciedad a su paso. He visto gente cambiar de acera, niños asustados, vecinos que le ruegan educadamente que abandone su afición. Pero ella no escucha, se niega rotundamente y siempre abronca a los que le piden explicaciones. La Señora de las Palomas está acostumbrada al cuerpo a cuerpo, y os aseguro que su argumentario ultraviolento dejaría a Eduardo Inda llorando, en posición fetal, en la ducha.

Desconozco si a la señora le falta un tornillo, pero por los improperios humillantes y la mala baba que gasta, parece que está perfectamente de la cabeza. Demasiado. Lo digo por experiencia: las batallas dialécticas que he mantenido con ella a lo largo de los años han sido durísimas, me he tenido que comer insultos increíbles e incluso amenazas físicas muy desagradables. Ha habido veces que he huido acojonado, lo confieso: los gritos de la señora, sumados al flap-flap ensordecedor de 300 alas enardecidas, pueden asustar a cualquiera.

Tenía entendido que alimentar palomas es ilegal y está multado. Todo el mundo sabe que estos animales dañan el mobiliario urbano con sus excrementos -mobiliario que pagamos todos con nuestros impuestos-, llevan infinidad de parásitos entre las plumas y son un atentado contra la salud pública. No se les llama ratas con alas gratuitamente. De todos modos, las personas que las alimentan a espacios poblados, sin miramientos, parecen actuar con total impunidad, a pesar de las quejas de los vecinos. En cada barrio hay alimentadores furtivos de palomas; son un clásico de Barcelona.

Desconozco si La Señora de las Palomas ha sido amonestada por la autoridad pertinente, pero no parece dispuesta a abandonar su misión de triplicar la población de palomas de Sant Gervasi. Lo está consiguiendo. Las montañas de guano que inundan su zona de paso lo atestiguan. El tema es delicado. Entiendo que las autoridades no quieran coser a multas a personas mayores, muchas de ellas con una pensión humilde, pero se debería hacer algo para disuadirlas, informarlas y concienciarlas de que se están equivocando, que están alimentando a una plaga que atenta contra la salud pública. ¿De qué sirve gastarse dinero en controles de población y exterminios, cuando tenemos gente que, por otra parte, sobrealimenta palomas en abundancia en los núcleos urbanos, sin que nadie intervenga?

Mientras tanto, la guerra sigue abierta. Cada vez que voy a Sant Gervasi y me encuentro la abuela colombófila, me preparo para un nuevo round. Y lo hago sabiendo que esto no acabará aquí, que algún día me encontraré la señora en mi barrio, el Raval, frente a la puerta de casa, acompañada de un ejército de palomas infectadas de parásitos; palomas con los ojos rojos y garras revestidas de titanio; palomas-Terminator que me arrancaran los ojos y me devorarán décimas de segundo después de que la Señora dé la orden.

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