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Foto: Shutterstock

No a los petardos

Escrito por
Òscar Broc
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Cuando llega San Juan, me entran ganas de volver a ser un niño. Bajaría a la calle, compraría un puñado de petardos y me dedicaría a volar mierdas de perro y latas de refresco. Entonces pienso en el domingo pasado, cuando una traca de petardos me despertó de una siesta reparadora y casi me provoca una angina de pecho. Pienso en la bofetada que le habría soltado al graciosillo.


Cuando llega San Juan, me encantaría volver a sentir la excitación de los petardos y pienso que por una noche no pasa nada: ¡sal a la calle a hacer ruido y provocar el caos, cabestro! Entonces recuerdo las noches traumáticas que sufría mi perro, totalmente trastornado, estresado y aterrorizado por la lluvia incesante de detonaciones. Y me pongo enfermo.


Cuando llega San Juan recuerdo el cosquilleo de la transgresión, el poder de atracción de la pólvora, el placer de la destrucción, pero esto no evita que con el transcurso de los años se intensifique mi amargura hacia esta tradición.

 
Y no hablo de fuegos artificiales controlados o de sesiones de petardos supervisadas por humanos responsables en lugares aislados; hablo de los petardos en manos de inconscientes y sociópatas, que se piensan que están en Laos, 1963. Todos tenéis alguno el barrio: el pesado ​​que tiran petardos la semana antes y la semana después de la noche de San Juan. Todo el puto día. A las horas más inoportunas. Basta.


Con esto de los petardos, muchos dirán que es imposible determinar dónde termina la libertad de unos y empieza la de los demás. Pero en mi universo, un petardo debajo la ventana de tu casa, una detonación inesperada, una tarde cualquiera, es una agresión en toda regla. Un ataque. Ya hacemos bastante tolerando los abusos de pólvora la noche de San Juan; no tenemos porque soportar este bombardeo toda la semana.

 
A los que odiamos los petardos y no queremos pasar a una respuesta armada, siempre nos quedará la fe como recurso. Recemos s para que sea Dios Nuestro Señor que, con una tormenta bíblica, moje toda la pólvora del enemigo y nos deje por una vez en nuestra vida dormir a gusto la noche de San Juan. Sólo una vez.

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