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Siete señales que dicen: necesitas vacaciones de Barcelona

Ricard Martín
Escrito por
Ricard Martín
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Barcelona es la mejor ciudad del mundo (sobre todo si eres un turista con la cartera abultada). Pero si eres un aborigen de los que no viven en el Upper Diagonal, protegidos por un muro y un sistema de seguridad, lo más posible es que el verano te pueda causar ciertas incomodidades. Si te ha pasado más de una de estas cosas, necesitas alejarte de la jungla urbana. ¡Pero pitando!

1. Te has peleado con un meón callejero. No has podido aguantar más. Si pasas demasiado tiempo sin salir de Barcelona, las posibilidades de que entres en contacto con la orina ajena (sin que sea una acción consensuada) son muy altas.

2. Has intentado abrir la puerta de casa con la T-10. Este es un efecto secundario de los momentos de estrés que pasas cuando los rebaños de estudiantes italianos se interponen entre tú y el torno del metro. Te conviertes en una especie de Clint Eastwood en versión transporte público: el tipo que saca más rápido la T-10 al este de Feixa Llarga.

3. Tienes alucinaciones visuales. Por la esquina de los ojos ves cositas naranjas que se mueven. No son seres feéricos, ni duendes ni pitufos. Son paranoias visuales que se te han instalado en el cerebro de tanto ver pelotones de jubilados alsacianos cabalgando aquellas ridículas cucarachas motorizadas. ¡Ves a algún lugar donde lo único que se mueva sean las vacas!

4. Has dado una dirección equivocación con mala fe. La décima vez en una mañana que te piden por la Sagrada Familia los mandas a Can Tunis. Sí, esto es inevitable y a veces no te puedes resistir a la tentación. Pero si lo haces, quiere decir que estás en el estado de vida espiritual más bajo del urbanita. ¡Lárgate! Mejor si puede ser a un monasterio budista donde te dejen fumar y beber.

5. Has sucumbido al rancho guiri. Decidiste visitar aquel bar del flyer que prometía tapas a un euro y birras a medio. Y de una manera perversa le has pillado el gusto y ahora vas cada día (te recuerda tus días de soltero en que comías cualquier mierda que tuviera colores llamativos y se calentara al microondas). Ve con la parienta a un pueblecito de La Cerdanya que tenga supermercado ecológico.

6. Has tenido una bronca al volante. ¡Pero no era al volante! ¡Era al manillar de la bicicleta! Y ha sido con una familia austriaca que había decidido que el carril-bici del Parque de la Ciutadella era un buen lugar para hacer un picnic. ¡Y tú, pedazo de bestia, has dejado la marca de tu bici del Decathlon en sus schnitzel!

7. Te has sentado en uno de los asientos reservados en el metro. Después de semanas viendo a swaggers, quillos de Chicago y a otros infraseres urbanos pasarse por el forro de sus pantalones estilo corre-que-te-cagas la semiótica básica –¡no hay que saber leer para ver que tienen prohibido sentarse!– te has desplomado en un asiento gris del metro. Y la bronca que te ha pegado aquella abuelita encantadora ha sido tan humillante que has roto a llorar. Lárgate, tu alma peligra.

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