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'Los amantes pasajeros': Volamos hacia los 80

Hablamos con Javier Cámara, el nuevo 'chico' Almodóvar

Escrito por
Time Out Barcelona Editors
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Cava de baratillo, naranjada generosa en colorantes y conservantes y algunas docenas de esos frascos de vodka que parecen muestras de perfume. Si os gustó la mortal receta del gazpacho con somníferos con la que Carmen Maura dejaba inconsciente a todo el personal de 'Mujeres al borde de un ataque de nervios', no os perdáis los efectos del agua de Valencia de 'Los amantes pasajeros'. Corre con más alegría que el vino en las bodas de Caná, y tiene un ingrediente secreto que no falla: una cucharada de mezcalina. "¿Quieres mi opinión? ¡Ya era hora que Almodóvar volviera a la comedia salvaje!", me dice Javier Cámara, con un afable histrionismo anfetamínico. Me temo que ha venido vitaminado con un sorbito de la poción mágica.

Olvidaros del neogótico cerebral de 'La piel que habito'. Volvemos al exceso démodé de los viejos tiempos: vírgenes lúbricas, latin lovers dotados con una poderosa entrepierna que lucha por estallar la cremallera de los tejanos y el botín de alucinógenos que Miguel Ángel Silvestre lleva escondido en un lugar demasiado impúdico como para que yo lo nombre ahora. Pero lo mejor de la fórmula es un número de bailo con el 'I'm so excited' de las Pointer Sisters y Javier Cámara de primera vedette. "No estaba previsto en el guión -me explica-. Un día Almodóvar nos pilló a mí y a Carlos Areces haciendo un playback espontáneo con un tema de Violeta Rivas. No hubo escapatoria posible". ¡Larga vida al cabaret!

Sólo hay que escucharlo dos minutos para ver que no conoce más puntuación que el signo de exclamación. Igual que su personaje, Joserra, un asistente de vuelo histérico y adicto al tequila que debe entretener a los pasajeros de un avión averiado que tiene muchas papeletas de terminar destrozado como el Oceanic de Lost. Parece que le hayan creado el papel a medida. "Durante el rodaje de 'La mala educación' ya pensaba "oh, por favor, ¡quiero hacer esto toda mi vida! -suelta-. Tú dirás, ir paseando travestido con Gael... ¡Fue una locura! ¡Necesitaba más y más!". Y Almodóvar, que es muy atento, no le ha quitado el gusto. Esta vez ha cambiado la falda por un uniforme azul corporativo y un peluquín que le cubre la calva.


Javier Cámara y 'Los amantes pasajeros' son como el huevo y la gallina: no se sabe qué fue primero. "Pedro ya me insinuó algo cuando rodábamos 'Hable con ella' -dice-. Sólo era una vaga idea. Había un piloto, la marca de una compañía aérea, mucho alcohol, y un espacio reducido como en 'El ángel exterminador'". Almodóvar se lo tomaba como un bálsamo, un ejercicio de descompresión para alejarse de los últimos guiones que, poco a poco, lo había alejado del ambiente de los 80. Y Cámara, que estaba explorando su lado más turbio para hacer de enfermero perturbado, enseguida buscó un hueco. "Que conste que me encantó el papel de Benigno, pero no lo puedo evitar, me va el humor".

La existencia del periodista tiene una cláusula no escrita que nos obliga a aceptar la triste rutina de idilios de media hora, romances de speed dating sin pasado ni futuro. Cámara y yo agotamos el tiempo recordando las monjas ciegas de ácido de 'Entre tinieblas', la sensacional meada de 'Pepi, Luci, Bom' y alguna escena cerda con Victoria Abril. Le digo que ahora que le han disimulado la alopecia con una buena mata de pelo le puede comunicar a Nacho Velilla que ya no volverá a estar disponible para hacer de feo. Me la devuelve cuando suena la campana, con un acento meloso que suena a zalamero: "Que sepas que durante media hora has sido el único hombre de mi vida", dice. ¿Será por las drogas?


La crítica de Time Out

Los amantes pasajeros
  • 3 de 5 estrellas
  • Cine
  • Comedia

Un 'divertimento' ligero y un reto mayúsculo. 'Los amantes pasajeros' resulta una comedia de pocos matices y tiene lugar, casi exclusivamente, en el interior de un avión. 'A priori', conseguir que la tensión narrativa se sostenga en un espacio tan mínimo no resulta fácil. Pedro Almodóvar lo logra gracias a un reparto amplio y a una pequeña revolución: a pesar de las limitaciones, el director trata el escenario como si fuera grande. Almodóvar representa incluso una coreografía, escena impensable si tenemos en cuenta las restricciones del espacio. El cineasta no sólo supera el reto: el interés se mantiene perfectamente en este espacio cerrado y aislado en el aire, tanto, que el único momento en el que la película sale del avión resulta innecesario. Un número musical, collejas políticas y un contenido sexual que no entiende de vergüenzas, el 'divertimento' según Almodóvar es contundente y da pie (he aquí el matiz) a que el melodrama se filtre en el entramado de relaciones que propone la película.

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