Si los acontecimientos gastronómicos fueran estrenos de cine, el Barcelona Beer Festival (BBF), estrenado el año pasado, sería lo que los anglosajones llaman un sleeper: una producción de presupuesto irrisorio que se convierte, sin hacer ruido, en un éxito mayúsculo.
Poca broma: por un modesto encuentro de cerveza artesana en el Convent de Sant Agustí pasaron 10.000 personas. Muchas otras se quedaron fuera, con la espuma en los labios. Ahora llega la segunda edición, que como dicen los norteamericanos, será bigger, better and faster: se celebrará en La Cúpula de Las Arenas del 8 al 10 de marzo, y se espera que pasen unas 25.000 personas.
Un festival artesano
La cerveza que se beberá es artesana, el festival dicen que también "Suplimos las profesionalidad con dedicación", explica Miquel Rius, uno de los organizadores del BBF. Y sobre todo con el orgullo "de dar a conocer un producto gastronómico de calidad; no se trata de ir a consumir litros, sino de acercarse a un producto de alta calidad".
Estas son las cifras: en una barra de 50 tiradores, se irán alternando 300 cervezas artesanas diferentes. De estas, 70 serán de productores extranjeros. El resto, catalanes y españoles. Un allstar de bebidas; y muchos será la primera vez que se podrán beber en el estado. "El festival será como un ser vivo", vaticina Rius, "las cervezas que se sirvan el viernes cambiarán cada día". Y no os asustéis: prometen que la mayoría de los precios de las birras rondarán entre los 2 y los 3 euros. Que será el mismo de las tapas suministradas por el restaurante La Lola (pincho de tortilla, ensaladilla rusa, papas arrugás), La Viandateca -por la parte de los platillos: capipota con garbanzos, albóndigas con curri-, empanadas de Moncho's y crepes dulces y saladas de La Crepería, a parte de un surtido de quesos asturianos. Y que los puristas no se asusten porque, según nos asegura Rius, "las cervezas se servirán a tres temperaturas diferentes", hecho que se ajusta mucho al servicio ideal para cada cerveza. Reforzado, también, por un personal "con formación para tirar bien las cañas".
Lo más importante, afirman, es el microuniverso de bonhomía y de intercambio de conocimientos que se crea. "La grandeza de la cerveza artesana es que es fácil conocer al promotor. Y cuando lo haces, entiendes muy bien lo que bebes", sentencia Rius.