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Dolor y gloria
Foto: Shutterstock

'Dolor y gloria' representará a España en los Óscar

Escrito por
Josep Lambies
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Hace 32 años, Pedro Almodóvar dirigió 'La ley del deseo', donde Eusebio Poncela interpretaba a un director de cine cuyo trabajo se veía alterado por una tórrida historia sexual. Sin saberlo, Almodóvar empezaba una trilogía que seguiría en 2003 con 'La mala educación' y que finaliza ahora con 'Dolor y gloria', la más bella y crepuscular de las tres.

Finalmente, 'Dolor y gloria' será la película que España llevará a los Óscar. Quedan fuera de la carrera 'Mientras dure la guerra', de Alejandro Amenábar, y la cinta de animación 'Buñuel en el laberinto de las tortugas'. Pedro Almodóvar vuelve a Hollywood, una vez más, con muchos números de ganar. Os damos cinco razones por las que creemos que 'Dolor y gloria' es una obra maestra.

1. Un hombre que se atraganta. No hay duda de que en 'Dolor y gloria' Banderas es un 'alter ego' de Pedro Almodóvar. Tanto es así que incluso la casa en la que vive Salva es la casa de Almodóvar. Se han reproducido al detalle los muebles rojos de la cocina y los cuadros. Banderas viste el mismo tipo de ropa, las zapatillas, los polos de colores, e incluso luce ese pelo enmarañado y grisáceo. Pero su clon está aquejado de varios males: tiene dolores de espalda y migrañas, a sus casi 60 años es adicto a la heroína y cada día se prepara un cóctel de pastillas machacadas mezcladas con yogur. Y se le atraganta la comida continuamente, como si fuera a ahogarse.

Foto: Shutterstock

2. El canto de las lavanderas. La historia está llena de paisajes de la infancia que vuelven a la memoria del personaje. De hecho, la película empieza con una escena junto al río, donde unas lavanderas con delantales de floreados extienden las sábanas mojadas, mientras van entonando una canción que dice "Siempre a tu vera, a tu vera, a tu vera...". Es ahí donde aparece Rosalía, incitando el canto espontáneo. Y ahí está Penélope Cruz, con un sombrero de paja, enseñándole al Salva niño cómo nadan los pececillos jaboneros bajo el agua.

Foto: Fotograma de 'Dolor y gloria'

3. Reconciliarse con el pasado. El último film de Almodóvar es la historia de un hombre y sus pasados. Los recuerdos de infancia en Paterna, en una casa subterránea con las paredes encaladas. El florecer del deseo ante la imagen de un joven albañil lavándose, desnudo, en el patio de su casa, entre los geranios rojos. Los cines de verano, que olían siempre al orín de los chavales que meaban entre los arbustos. Los años en el seminario, con pantalón corto y calcetín alto, que nos recuerda, de forma sutil, a los dos chicos de 'La mala educación'. Y otras historias de amor y droga, de la juventud en el Madrid de los 80.  

Foto: Shutterstock

4. Amortajar a una madre. En 'Dolor y gloria' Almodóvar vuelve a mostrar el amor a una madre, espectral y tierna. Una madre interpretada por dos actrices. Cuando recuerda es Penélope Cruz, con vestidos rojos y ese arrojo que ya vimos en la Raimunda de 'Volver'. En la vejez es Julieta Serrano, reposada, libre de los esfuerzos, sentada en un sillón desenredando rosarios viejos. Tiene dos momentos maravillosos. Uno, cuando cuenta que la vecina muerta la ha visitado en sueños. Otro, cuando le explica a su hijo cómo quiere que la amortajen. "Si para enterrarme me atan los pies, tú me los sueltas. Allá adonde voy, quiero llegar ligera". 

Foto: Fotograma 'Dolor y gloria'

5. Noche en una estación de tren. No es una película grandilocuente. No hay estridencias, ni giros trágicos de guión. Al contrario, todo pasa en un tono de reposo, en el que las aguas no llegan a enturbiarse. Y eso es lo más bonito. No en vano, 'Dolor y gloria' habla de un tipo que se reconcilia con la película de su vida. Está ese actor (Asier Etxeandía) con el que se dejó de hablar hace 30 años. O ese amor de juventud (Leonardo Sbaraglia) que era adicto al caballo y que se marchó de su vida. Está también ese dibujo pintado en acuarela sobre un trozo de cartón que un día apareció en los Encants de Barcelona. Y está esa noche en el banco de madera de una estación de tren en la que una madre le zurció los calcetines a su hijo mientras fuera el cielo se estampaba de fuegos artificiales.

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