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Parc del turó del Putxet
© Maria DiasParc del turó del Putxet

Un paseo a la sombra de edificios y jardines singulares

Una ruta a pie por los alrededores de los barrios del Putxet, el Coll, Vallcarca y el Carmel

Escrito por
Eugènia Sendra
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Salir a cazar sombras un mediodía de verano en Barcelona es una actividad de riesgo. Hay que llevar una botella de agua, ropa ligera y calzado cómodo; resguardarse a menudo en porterías y callejuelas bonitas, y sentarse a contemplar el entorno indómito después de una ascensión de las que pone los gemelos contra las cuerdas si queréis aseguraros un final feliz.

La ruta arranca en el Putxet, en subida. Al salir de los FGC respiramos un aire diferente, de ciudad descongestionada, y la sensación se reafirma cuando a una travesía de Balmes nos podemos refugiar en el atrio del edificio de viviendas Bertran, 67 –obra del arquitecto Carlos Ferrater–, y a continuación lo hacemos en una calle con escalinatas y parterres asilvestrados. Por aquí (calle del Pare Fidel Fita) subimos hacia la espalda del parque del Turó del Putxet.

La cima domesticada
© Maria Dias

La cima domesticada

Entramos en el parque por la calle de Marmellà y seguimos los caminos serpenteantes hasta los primeros indicios de sombra –¡sed rápidos para no deshaceros!–. El bosque domesticado construido en los años 70 en los terrenos cedidos por la familia Morató ofrece una vista insólita sobre la ciudad (es más tranquila que la de otros miradores; estamos solos, a excepción del señor que hace estiramientos, cuatro personas paseando al perro y una pareja de adolescentes) y la brisa de aire que corre bajo los pinos y cedros es de lo más agradable. Hay mesas de picnic, pero el sol pica.

En la bajada, adoptamos la actitud de los situacionistas y vamos a la deriva: nos encontramos con una joyita arquitectónica de los años 50 –la portería del número 6 de la calle de Hurtado resulta muy fotogénica– y también con torres modernistas como la Villa Matilde, a los pies de la cual se despliega en terrazas el jardín romántico de Portolà (Portolà, 5). Nos sentamos bajo la pérgola forrada de verde antes de cambiar de distrito y saltar a Gràcia, por la bajada y la calle de Gomis (donde, por cierto, tienen despacho los organizadores del Inedit Beefeater).

El paraíso de los desniveles
© Maria Dias

El paraíso de los desniveles

Sin detenernos nos adentramos en Vallcarca, otro paraíso de desniveles acentuados. Nuestro destino es la plaza de Olèrdola, una rotonda rodeada de chalets de ensueño. Incluso hay algunos que nos hacen pensar en la arquitectura orgánica de Frank Lloyd Wright.
Las sirenas suenan lejos, en Barcelona. En cinco minutos nos plantamos en la avenida de la Mare de Déu del Coll, y vemos de lejos el viaducto de Vallcarca (lo evitamos por el sol).

Vallcarca todavía nos reserva una sorpresa, ahora soleada: el pasaje de Isabel es una callecita de casas bajas de 1836 catalogada como patrimonio arquitectónico historicoartístico de la ciudad. Nos enamoramos (y retratamos) de las baldosas de la Villa Esperanza, la casa unifamiliar de finales del siglo XIX.

Desde el Putxet, mirando hacia el Besòs, hemos jurado que llegaríamos más allá de la finca con 'trencadís' modernista de la calle del Repartidor de Vallcarca, y protegidos por el bosque que crece en la calle del Riu de la Plata nos plantamos en una de las carenas del Park Güell, en el mirador de Joan Sales (recibió el nombre del escritor en abril de 2016).

Desde este lugar limítrofe entre el Coll y el Carmel empezamos el descenso; lo hacemos por el camino de Can Móra y la calle del Portell. Lo que nos devuelve a la civilización es una tienda de antigüedades (Farigola, 45) donde se amontonan libros y objetos antiguos. Se nos acaban las sombras, pero el solar de la plaza de la Farigola –largamente reivindicado por la Asamblea de Vallcarca– nos retorna la esperanza.

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