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¿Cómo se consigue, la solera? ¿Cómo se levanta un restaurante de referencia a partir de una taberna decrépita con máquina del millón? ¿Cómo se llega a la excelencia? Si vas a comer a Els Pescadors y charlas un rato con su anfitrión, Pep Maulini, lo entenderás. Situado en una de las plazas con más encanto de Barcelona, una especie de 'locus amoenus' con dos ombúes fantásticos (ombús en guaraní), el local mantiene los ventanales, la madera y el mármol originales, que dan alma a un espacio muy agradable (también acústicamente, un aspecto muy importante: la adecuación fue hecha por un maestro del sector, Higini Arau).
De la carta, elijas lo que elijas, acertarás: producto de primera y una elaboración impecable del sólido chef Rafa Medrán, que tanto te clava unos calamares a la romana (qué crujiente!), unos buñuelos de berenjena, anchoas y queso (melosos y cada ingrediente en lugar) como un rape flameado con almendras y jamón (salsa que te la comerías a cucharadas y el animal está entero a cada bocado). Los postres están totalmente a la altura.
Si las tres patas de un restaurante son el espacio, la cocina y la acogida, Els Pescadors es un tres de tres: el dueño está al pie del cañón y su implicación emocional -un amor que hace 38 años que dura - es evidente y contagiosa. Este sitio no se levantó de un día para otro: empezaron como bar con cuatro cosas y sólo al cabo de años, dedicación y tenacidad han llegado donde están. Y así se hace, la solera.