El pollo vuelve a reinar como tendencia: pero nadie puede acusar a Rooster & Bubbles, un restaurante de pollo a l'ast, de oportunista. Primero, porque Marc Martínez, el propietario, ofrece un producto de primera en el Born, donde los restaurantes solventes dirigidos al público local, y a precios populares, cuestan encontrar. Rooster & Bubles es la actualización de las clásicas pollerías-restaurante de los años sesenta, donde la gente podía comer medio pollo con una copa de cava. El espacio es amplio y confortable, lejos de la franquicia impersonal.
Por diez euros, te llevan a la mesa medio pollo a l'ast con patatas asadas con alioli. Criado en el suelo y con alimentación natural, es una delicia humilde de la que apuras hasta los cartílagos (¡y la pechuga tiene sabor!). Y el resto de platos actualizan con gracia y conocimiento de causa el repertorio de pollería, con unas croquetas de pollo muy finas, ensaladas con producto de temporada y una ensaladilla rusa de primera. Y si el pollo no te apetece, tienen una carta de bocadillos con pan de pita –hacen ellos mismos el pan– que también merece una visita: buenísimo el de cordero asado con verduras encurtidas y queso hecha.
Segundo: ¿decía conocimiento de causa? Los abuelos de Martínez abrieron el Kikiriki de Sants en 1962, que aún está abierto, pionero del pollo a l'ast en Barcelona. Su abuelo, Joan Cases, importó la idea del espeto giratorio viendo los asadores de kebab de Berlín, y en Barcelona añadió una innovación trascendental: asar las aves giratorias con gas en lugar de fuego de leña. La otra gran idea fue de marketing: vender pollo a l'ast a precio asequible y acompañarlo con una copa de cava. Es decir, convertir un plato que solo era para celebraciones en un lujo asequible: aquí empezó la antropológica fijación catalana por el pollo a l'ast dominical.