Que un local sea enorme y pensado para satisfacer a las masas no siempre es algo malo. Un buen ejemplo es Vinitus, del Grupo La Flauta. Como su venerable pariente de la calle Aribau, La Flauta, abierto en 1984, aquí la cosa va de tapas, platillos, cocina tradicional con platos comunes en toda España y ese concepto madrileño a veces intraducible por aquí que es el montadito (que no es ni un pintxo ni una barqueta, porque nadie con amor propio dirá jamás en voz alta “posa'm una barqueta”). Esta gente no inventa la pólvora ni sigue las modas, simplemente se dedican a hacer tapas de toda la vida y raciones suculentas de arroces, guisos a fuego lento que piden pan para mojar y un repertorio de tapas recurrentes que ellos defienden desde hace décadas, mucho antes del auge del gastrobar (si alguien ha popularizado los dados de solomillo en Barcelona o las alcachofas rebozadas, son ellos).
Sea como sea, la gente llena el Vinitus desde 2014, el año en que abrió sus puertas. Vinitus no es ni cool ni tiene toques asiáticos, pero logra el pequeño milagro de ser un macro-restaurante en la esquina del paseo de Gràcia frecuentado casi exclusivamente por locales (por cierto: no se reserva mesa; la gente se sienta por estricto orden de llegada). ¿La razón? Una notable relación calidad-precio, gracias a la cual puedes comer una buena cantidad de platos a la carta sin superar los 25 euros. Comer bien a la carta en Barcelona por ese precio no es ninguna tontería. Todo platos sabrosos, con producto más que decente y bien preparados: brocheta de merluza y calamares, pulpo a la gallega, habitas salteadas con panceta ibérica, butifarra con judías, manitas de cerdo deshuesadas… Tú lo pides, ellos lo tienen.