Copi fue una excelente dibujante de cómics que publicaba, entre otros medios, en el 'Nouvelle Observatuer' y también un notable dramaturgo con obras polémicas y muy imaginativas que trastoca las convenciones de la sociedad. Ocaña era un artista que pintaba y a quien le gustaba disfrazarse de mujer y pasear por la Rambla de los 80 y sobre el que Ventura Pons hizo la interesante película 'Ocaña, retrato intermitente'. Eran tiempos de libertad y notable optimismo en que un personaje como Ocaña podía convertirse casi en icono de la reivindicación gay.
Y Marc Rosich los convocó a ambos en un espacio entre el cielo y el infierno que los católicos llaman 'purgatorio' para que hicieran amistad. El resultado es una broma simpática escrita por un joven y novel autor hace diez años y que vuelve ahora sin grandes cambios. La función se nos presenta, lo dice la sombra de Pier Paolo Pasolini, como un combate de reinas en que no hay realismo sino fabulación. Lo cierto es que las reinas no ejercen mucho, no hay confrontación, o sea combate y, sobre todo, falta una dosis mayor de fabulación, que cuando aparece hace que la función tome vuelo. Estos Copi y Ocaña carecen de locura y les sobra cotidianidad. ¿O es que en una situación excepcional (sólo morimos una vez) no se deberían acelerar las neuronas del cerebro?
Se entiende que Marc Rosich, preocupado por el espectador, nutra la obra con información biográfica de los dos personajes, pero olvida que teatralmente lo interesante son los personajes que crearon y no ellos mismos. No se entiende tanto que el autor haya querido dirigir la pieza. Esto lo sufren los actores (Victro Alvaro, Oriol Guinart y Jaume Madaula) que se esfuerzan por llenar de juego una partida perdida desde el inicio.