Glengarry Glen Ross
En 'Tío Vania', Chéjov nos presenta un choque descarnado entre los que viven cabizbajos haciendo posibles las ilusiones de los demás y los poseedores de la tierra, entre los que salen cada día de casa para trabajar y los que se quedan a pensar. David Mamet, en 'Glengarry Glen Ross' hizo una operación similar, más urbana, más occidental, situando el conflicto en una agencia inmobiliaria donde, siguiendo los nuevos modos de impulso neoliberal, sus trabajadores se enfrentan al reto de tener que vender lo máximo posible: el ganador recibirá un BMW, los dos últimos de la lista serán despedidos. Rigola ha tomado este Mamet magnífico de los años 80 como si hiciera Chéjov, como si volviera a dirigir aquel maravilloso 'Vania' de 2017-2018, donde tenía a cinco actores que, sin apenas moverse, desplegaban un drama existencial de primera magnitud entre los ganadores y los perdedores de siempre. Al final de la función, lo único que querías era abrazar a Luis Bermejo e Irene Escolar. Aquí hay poca metafísica (no hay un personaje como Ástrov, el médico amante de los árboles), pero mucha contemporaneidad. "Se humilla sin contemplaciones, se miente sin manías, se insulta y se demoniza" Hay palabras duras: se humilla sin contemplaciones, se miente sin manías, se insulta y se demoniza. En un combate dialéctico de primera magnitud que los intérpretes asumen como si fueran ellos mismos, y no ningún personaje, quienes estuvieran exhibiendo el gran mapa de la maldad cotidiana. Porque 'Glengarry Gle