Lluna plena
“¿Qué es la vida?”, le pregunta Fujiko a Tetsuo. Llevan seis años en una residencia para personas mayores y ella tiene Alzheimer. Se acaba de despertar y no ha reconocido a su marido como tal. Dice que todavía no se han casado, que es su prometido y pide a la dirección del centro que pongan un biombo entre las dos camas, por pudor. Él intenta seguirle la corriente, no desquiciarla ni contradecirla. Por eso, cuando le lanza la pregunta, él le pide que la conteste ella. "La vida es el amor", le dice Fujiko. Blai Bonet, en sus dietarios, dejó anotada una frase determinante: “En la tarde de la vida, seremos juzgados sobre el amor”. Y 'Lluna plena', la novela de Aki Shimazaki que Àlex Rigola ha adaptado al teatro, habla de ello. Porque Fujiko (Lluïsa Castell) y Tetsuo (Andreu Benito) han pasado toda la vida juntos, desde que les arreglaron la boda. Tuvieron dos hijos, sufrieron el trance de perder a una hija. Pero, ¿se han amado? Un cerezo gigante en flor domina el pequeño e íntimo Heartbreak Hotel La enfermedad pone al descubierto cosas que cada uno ignoraba del otro. Ella está totalmente desinhibida. Y él debe asumir sin alterarse todo lo que va descubriendo. En medio, la directora de la residencia (Miranda Gas) y otro interno (Pep Munné), y un gigantesco cerezo en flor que domina el pequeño e íntimo Heartbreak Hotel, añadiendo altura poética a todo lo que se dice a su alrededor. Este 'Lluna plena' me recuerda mucho al magnífico 'Vania' que montó Rigola con Ariadna Gil, Gonzalo