¿Qué hay de verdad y de ficción en la historia que nos explica Bàrbara Mestana a 'Sucia'? ¿Qué se ha inventado? Estas preguntas son, de hecho, intrascendentes, porque la actriz nos explica un abuso sexual desde ella misma, desde su cuerpo, y, por lo tanto, nos lo dice como si lo hubiera vivido en primera persona. Si no fue así, importa poco: es tan universal, asqueroso y corriente su relato que nos tendría que hacer pensar de verdad si la humanidad puede progresar de alguna manera hasta que no haya justicia y reparación para las víctimas.
El principio de 'Sucia' es toda una declaración de intenciones, puesto que no es Mestanza, sino Pep Ambròs Munné quién suplanta su voz. Como es un hombre, quizás nos lo tomaremos más seriamente. Pero llega un momento en que ella tiene que coger las riendas de la función. No valen dobles, ni juegos teatrales. Y aquí todo sube diez escalones de golpe. Porque no es lo mismo que te narre la tragedia alguien que se la ha aprendido, que que lo haga quién lo ha sufrido.
Su historia es la de todas. Y la de todos.
Mestanza nos narra qué le pasó hace nueve años en una herboristería de Madrid donde había un chico que hacía masajes. Y todo lo que vino después: las dudas, la vergüenza, el miedo... la autodestrucción. Y no, no nos alecciona. Simplemente, nos dice qué ocurrió y cuáles fueron las consecuencias del delito, en ella misma. Cómo una tarde bobalicona en que buscabas destensarte te cambia la vida, sobre todo porque te pone ante más de 2.000 años de sumisión.
Si 'Sucia' es más que recomendable no lo es solo por el relato, por la verdad que contiene, sino por cómo nos lo escupe en la cara. Formalmente es impecable. E incluso los que puedan estar cansados de la autoficción o de las escrituras del yo, encontrarán aquí un aliento vital que es muy difícil localizar encima de un escenario. Su historia es la de todas. Y la de todos.
