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Gabriel Cualladó. París, 1962
© Familia CualladóGabriel Cualladó. París, 1962

5 imágenes para conocer a Gabriel Cualladó

La Pedrera presenta la obra del fotógrafo humanista que contribuyó a la reformulación del octavo arte en los años 50

Escrito por
Eugènia Sendra
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Otra figura relevante de la fotografía aterriza en La Pedrera. Gabriel Cualladó (1925-2003), con sus fotografías en blanco y negro severo y poético, contribuyó a renovar la disciplina. De formación autodidacta, capturó la realidad de la posguerra y los personajes que le eran más cercanos y le gustaba decir que los negativos de sus fotos cabían dentro de una caja de zapatos. En 1994 recibiría el Premio Nacional de Fotografía del Ministerio de Cultura por su trabajo, que se exhibe por primera vez en profundidad en Barcelona. A través de sus ensayos hacemos un viaje en el tiempo lleno de lirismo y elegancia.

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Un fotógrafo autodidacta
'Autoretrat amb samarreta' (1958) © Hereus de Gabriel Cualladó

Un fotógrafo autodidacta

Gabriel Cualladó se empezó a acercar a la fotografía cuando nació su primer hijo. "Estaba interesado en tener fotos familiares y me compré una cámara sencilla", explicaba en una entrevista realizada en 1985. También se empapó de revistas como 'Arte Fotográfico' y en 1957 ingresaría en el Grupo Afal. Más tarde lo haría en La Palangana, junto a Ramón Masats y Rafael Sanz Lobato, que promulgaban el neorrealismo fotográfico y serían artífices de la renovación estética de la disciplina a nivel nacional. Cualladó durante años trabajó en la empresa de transportes familiar, y a menudo se consideraba un fotógrafo amateur.

Visión humanista
Nena pentinant-se (1958) © Hereus de Gabriel Cualladó

Visión humanista

Tenía una mirada realista y humanista sobre instantes de la vida y personas, familiares, amigos y gente anónima a los que captaba en actitudes espontáneas y naturales, como la niña que se peina o los niños que pasean por el campo asturiano, la abuela que espera el tren en Atocha o la pareja que celebra el año nuevo en un local de Madrid. "Me interesa que en el momento del retrato el personaje esté tranquilo (...), en armonía con todo lo que le rodea, que no perciba en absoluto que hay una especie de invasión en el acto fotográfico", decía. En la España de la posguerra, su fotografía se convierte en un álbum familiar universal.

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Elegancia en blanco y negro
'Cambrer al casament d’en Penella' (1966) © Hereus de Gabriel Cualladó.jpg

Elegancia en blanco y negro

Al igual que el fotógrafo no quería interferir en la actitud de las personas retratadas, tampoco forzaba los títulos de las fotografías, que básicamente se componen del lugar y la fecha donde habían sido tomadas. "Lo que tenga que decir, que lo diga la foto", razonaba Cualladó. Son imágenes que destacan por los encuadres y la luz; algunas resultan elegantes y poéticas, y en otras se percibe un deje de tristeza neorrealista.

Manos protagonistas
'Cervecería Alemana' (1960) © Hereus de Gabriel Cualladó

Manos protagonistas

El contraste del blanco y el negro que Cualladó potenciaba durante el positivado de la fotografía, las sombras acentuadas, refuerza ciertas áreas de la imagen que se iluminan como fantasmas. Ganan presencia los rostros y las manos: son manos que agarran manos, manos que gesticulan o, sencillamente, manos que reposan sobre la espalda, en un caminar tranquilo. Quizá una de las más célebres es la que cuelga en la foto 'Cerveza Alemana', presencia inquietante, pero también encontramos manos expresivas en la serie del Rastro y la de París.

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Ensayos fotográficos
© Familia Cualladó

Ensayos fotográficos

Cualladó sostenía que hacía ensayos fotográficos más que reportajes, a la manera de Eugene Smith, uno de sus referentes junto a Walker Evans. De entre las series, destacan sus paseos por el Rastro de Madrid, un ensayo casi impresionista sobre la actitud de los visitantes en el Museo Thyssen-Bornemisza y el encargo de capturar el París de 1962 (le pidieron que no fotografiara la Sorbona ni los sin techo). En la capital francesa retrató intensamente la calle e hizo esta fotografía, que cierra majestuosa e imponente la muestra de La Pedrera.

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