Breve apunte histórico: Candy Darling fue un icono trans, una de las musas eternas de Andy Warhol y figura clave en la contracultura neoyorquina de los años 60 y 70. Su legado de glamour subversivo y rebeldía artística vive, con acento barcelonés, en el bar que lleva su nombre, justo al lado de plaza Universitat.
Este local indie queer, uno de los mejores de la ciudad, es un altavoz para las voces disidentes y un refugio creativo donde todo cabe. Con una estética informal y espíritu underground, Candy Darling Bar combina el buen gusto por la música —DJ sets que van del house al pop alternativo— con una programación que no se detiene: arte en las paredes, mercadillos efímeros, conciertos, poesía, burlesque, drag, charlas, bingo, presentaciones de libros, stand-up y lo que se tercie.
En la fachada, nada de neones llamativos: solo un discreto triángulo rosa, evocando aquellos clubs clandestinos de antaño que se anunciaban con símbolos sutiles para no despertar sospechas. Al cruzar la puerta, un recibidor estrecho y blanco —como la entrada trasera de un almacén— da paso al interior del local: un escenario listo para la acción, una zona de sofás para relajarse, y una barra donde se sirven cócteles originales a una clientela diversa, abierta y libre de etiquetas.
En este hub LGBTIQ+ barcelonés, donde arte, fiesta y disidencia se dan la mano, se viene a disfrutar sin filtros ni concesiones. Aquí la comunidad se expresa, se escucha y se celebra. El Candy es un espacio vivo que respira creatividad y libertad, se aleja de los espacios puramente masculinos de Gayxample e invita a imaginar nuevas formas de habitar la noche queer en Barcelona. Porque, como decía la propia Candy: 'You must always be yourself. No matter what the price'.