Hace un tiempo, ir al Trauma era la demostración de una derrota aplastante. Era la típica discoteca para 'la gente mayor' con una decoración de los setenta –imaginamos bigotes, patas de elefante, patas de gallo– con música ramplona y esa sensación que más que salir de noche, salías de cacería, como se hacía antes del Tinder. Pero ahora el Trauma se ha reformado y trasladado: ya no está en el enclave clásico de Consell de Cent, sino en un espacio más moderno en el Puerto Olímpico –el Catwalk–. La música, el ambiente, los objetivos son los mismos, pero ahora luce más, y nos sentimos menos derrotados.
A cierta edad, cuando todavía somos tiernos y nos sobra la energía, nos creemos invencibles y creemos que los 'puretas', como decía Sartre del infierno, siempre son los otros. Salimos de noche, con el cuerpo bien afinado y la capacidad de resistencia sin grietas, y nos burlamos de quienes, pasados los 40, se arrastran por los garitos, hincan el codo en la barra del bar y no pueden hacer más que pedir un gin-tonic. Pero la vida es un proceso que siempre nos coge con la guardia bajada, y llega un día en que los jóvenes insolentes –ahora con los vaqueros desgarrados, gorra ligeramente torcida y estética vagamente 'bling'– son ellos, y los 'puretas' somos nosotros. Deprimente, ¿verdad?
Si te has adaptado al plan B conservador –o sea, un par de hijos, por ejemplo, y casita en Palafrugell–, quizás el trauma no es tan grave. ¿Pero qué pasa cuando te domina la nostalgia de los tiempos antiguos, cuando salir de noche implicaba no volver a casa en dos días, y te apetece un simulacro de fiesta? En primer lugar, evitar ir donde se junta el grupo postadolescente –el típico sábado por la noche en lugares de moda y/o económicos, o discotecas con estética Dembow y/o inspirada en el 'bling' del hip hop– y planear rutas alternativas donde encontraremos gente de nuestra cuerda que no nos harán sentir viejos, cansados o hechos un trapo.
Divertirse a partir de los 40 es fácil y poco humillante, si sigues esta lista.