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Fer Rivas e Irene Pujadas han publicado su primera novela este 2025. Son jóvenes, audaces y ya tienen un camino recorrido. Rivas ha publicado Jo era un noi (Angle), un relato introspectivo sobre su adolescencia traumática, que coincidió con la muerte de su padre, el despertar sexual y las contradicciones de género. Pujadas, que ganó el premio Documenta 2020 con el libro de relatos Els desperfectes (L'Altra), debuta en la novela con La intrusa (L'Altra), un viaje físico hacia su interior que hace estallar las costuras de la imaginación.
¿Por qué habéis escrito una novela?
Irene Pujadas: En mi caso, por una cuestión un poco accidental. Yo tenía muy clara la idea: quería hacer una novela de aventuras, que fuera un viaje por varias regiones. Y eso tenía la forma de novela, no podía ser un cuento. Así que la idea dictó la forma.
Fer Rivas: Yo venía del teatro y me di cuenta de que para explicar lo que quería explicar necesitaba extenderme mucho más y profundizar. La oportunidad que me ofrecía el artefacto cultural del libro no me la permitía el teatro. Lo tuve clarísimo cuando me puse a escribir: aquí hay demasiada información y es demasiado complejo para comprimirlo todo en una obra.
¿Las dos novelas son efecto de una crisis?
F.R.: En mi caso, sí. Es decir, parto de un momento de absoluta crisis por no entender cómo gestionar mi vida con una cuestión de género, un duelo que no pude hacer en su momento y que estaba enquistado. Estoy huyendo, y cuanto más huyo, más me doy cuenta de que sigo enganchada a la figura de mi padre y reproduzco las mismas dinámicas. Entonces, veo que hasta que no supere esto y enfrente la figura del padre, de alguna manera no podré gestionar mi vida de forma sana. Sí que nace de un momento de crisis, y la propia escritura del texto va en paralelo al propio duelo.
I.P.: No sé si mi novela surge de una crisis concreta, si hay un momento culminante que la desencadena, pero sí que surge de una inquietud. De una cierta intranquilidad, tanto personal como de observación de mi entorno.
Los dos protagonistas están buscando una transformación. ¿Hasta qué punto es así?
F.R.: El libro es un coming of age y, para mí, tiene algo que ver con un viaje y una transición, de pasar de ser niño o niña a convertirse en adulto. Aquí hay algo muy bestia. Lo que quería explicar es que convertirse en adulto es profundamente violento, y más cuando nos embarcamos en la cuestión del género, el género masculino en particular. Porque los niños son muy inteligentes, tienen una relación sana con su cuerpo y, de repente, pasan unos años en los que, para construirte la identidad de género, vives una tortura absoluta. Es profundamente violento convertirse en hombre: dejas de cuidar el cuerpo, compites en todo momento... Quería explicar cómo esta transición de la infancia a la edad adulta conlleva mucha violencia que no se explicita porque está dentro de la norma.
Las respuestas, el 90% de las veces, están en el mundo exterior
I.P.: Lo que yo quería era evidenciar la metáfora: tomar la idea del viaje interior y hacerla literal. Con la idea de explorar los misterios del yo y esa especie de voluntad de encontrarnos a nosotros mismos y la trascendencia interna. Y es claramente un viaje fallido y, claramente, un viaje equivocado. No estoy muy de acuerdo con eso de viajar dentro de nosotros, como si dentro tuviéramos que encontrar muchas respuestas. Porque, las respuestas, el 90% de las veces, están en el mundo exterior. Diana, la protagonista, tiene esa voluntad de transformación, de aceptación y de encontrarse a sí misma. Pero es un viaje destinado al fracaso. Y no encuentra lo que esperaba encontrar.
¿Para qué os ha servido la ficción?
F.R.: Yo tenía muy claro que jugaba con una parte de verdad y no quería esconderme. Pero hay mucho juego literario. Hay toda una serie de figuras poéticas muy importantes, como la aluminosis o la cierva. Las necesitaba porque el texto es muy explícito. Édouard Louis explica que, cuando se plantea narrar historias de la clase social de la que proviene, la literatura está secuestrada por la clase dominante. Y la clase dominada tiene que encontrar otro tipo de lenguaje. Él habla del lenguaje explícito. Y tiene que ver con el trabajo: la clase que domina nunca tiene el trabajo en las manos, ni siente su cuerpo atravesado; en cambio, la clase dominada, sí. Por eso era muy importante para mí encontrar un lenguaje y una forma que pudieran contener esta historia. Soy muy explícito, pero necesitaba trabajar la capa poética para generar una capa más universal. Pienso que la figura de la metáfora es muy potente, porque tú, como lector, no acabas de identificar por qué aparece esta figura y, cuando te das cuenta del motivo, no has tenido tiempo de armarte. Tienen que ver con el género y la cuestión de clase, y creía interesante que el lector no tuviera tiempo de defenderse. Con ambas cosas tenemos muchas resistencias.
I.P.: Trabajas mucho los símbolos.
F.R.: Me da rabia cuando se dice que no hay ficción ni ejercicio literario en la literatura del yo. No debemos olvidar que toda literatura parte del yo. Siempre nos preguntan estas cosas a las mujeres: hay un sesgo. Nuestras experiencias íntimas son profundamente políticas. Si fuera un hombre heterosexual, podría distanciarme de mi obra. Hay que dejar de ver que no es ficción.
I.P.: Yo no sé muy bien cuál es el tema de la novela, pero sí sé que trata del yo. Me interesa mucho la idea de la ficción como máscara. Para alejarme un poco de esta cosa tan de hoy, me iba muy bien la fórmula de la novela de aventuras, esa forma antigua como de cuento, esos mecanismos de ficción de una tradición muy concreta: dos personas que empiezan un viaje...
¿Como en El Mago de Oz?
I.P.: La imaginación es algo muy reivindicable.
¿Qué es lo que más os ha costado escribir?
F.R.: Mis dos complicaciones fueron: acceder a mucha información a la que no tenía acceso, ya que mi padre nunca hablaba de las cosas de casa, y cuando me planteé que tenía que remontarme hasta mis abuelos, no sabía cómo llegar. Tenía que entender el contexto, de dónde venía mi padre, qué fue la Zona Franca, la fábrica de SEAT. Hubo un momento en que hice mucha investigación. Al mismo tiempo, tenía que aceptar que habría una parte del pasado a la que no podría acceder, que siempre se me negaría. Por eso quise hacerlo explícito en la novela, esa parte de no poder acceder al pasado. Es violencia de clase. La vergüenza que nos imponen, haber nacido donde hemos nacido, ser pobres, nos imposibilita acceder al pasado. Y muchas veces se maquilla el pasado para no tener que enfrentarnos a él.
¿Y la segunda?
F.R.: La segunda complicación fue la obsesión de ser justo con la figura de mi padre. Como la escritura iba en paralelo al duelo, no quería que estuviera contaminada por la rabia ni hacer una caricatura de él. Habría sido lo más fácil y creo que no habría ayudado a nadie. Fue muchas cosas, ejerció una masculinidad muy tóxica, pero también hubo muchos momentos de luz y de mucho amor. Si no, no habría escrito este libro.
I.P.: Mi caso es ligeramente parecido porque tiene que ver con la arqueología de la novela. Tenía muy claro que quería hacer una exploración de Diana, la protagonista, pero me costó mucho decidir la trama concreta: por qué órganos tenía que pasar y qué quería explorar de su interior. Me parecía que la idea de un viaje literal por dentro podía producir treinta novelas diferentes. Descartar y elegir me costó.
¿Y no te costó reírte de ti misma?
I.P.: Eso me resulta bastante fácil. Pero no me identifico nada con Diana. Tiene un montón de cosas que yo no tengo. Pero, quieras o no, todo parte de ti. No me costó nada hacerla así. El punto de partida de la novela me hacía gracia: trabajar desde un cierto patetismo, desde una cierta absurdidad. Y creo que dice cosas. Lo ridículo me parece muy interesante.
F.R.: Habla mucho de cómo somos como humanos... Escribir te obliga a salir de tu zona de confort. Y hablar de cosas que no conoces es uno de los grandes motores de la escritura.
I.P.: Y la fase de documentación, al menos para mí, estuvo bien, eso de investigar la literatura de viajes, lo absurdo, la cosa egocéntrica llevada al extremo, son procesos muy enriquecedores.
¿Cómo han recibido vuestras familias los libros?
F.R.: Es un tema espinoso. Cuando haces narrativa del yo, hay unas consecuencias. He leído mucho a Édouard Louis, Annie Ernaux, Ocean Vuong, y cuando ves entrevistas suyas y hablan de las consecuencias, nunca te lo imaginas hasta que lo vives en carne propia. Claro que las tiene. Tiene un impacto en tu entorno. Pero lo cierto es que utilizo la literatura del yo para hablar de cosas que me interesan, para hablar de la clase, del género. No quiero hablar de mí, ni de mi entorno, sino que quiero ir más allá, apelar a un nosotros que cada vez está más destruido. Todo mi libro es una traición a la idea básica de la familia, a eso de que lo que pasa en casa, se queda en casa. Obviamente, esto genera resistencias, conflictos, pero para mí forma parte de mi posicionamiento en la escritura, en la vida. Ocupar un lugar incómodo me lleva a hacer una literatura incómoda. Todo está contaminado de eso.
¿De qué manera?
F.R.: Reivindico la incomodidad, porque toda mi vida he estado incómodo, he estado incómodo con mi sexualidad, con un cuerpo que no he reconocido como mío durante mucho tiempo... Al final, la incomodidad siempre la hemos vivido o nos la han impuesto, a los cuerpos más disidentes, y pienso que hay que reivindicarla. La incomodidad te permite reflexionar sobre cosas muy interesantes, te pone en una zona de no confort y eso te permite tener una visión de privilegio. En mi casa, por el hecho de ser disidente y que no se me esperara en muchos lugares, a diferencia de mi hermano, que seguía más la norma, me ha hecho tener el privilegio de ver a mi familia como un outsider. Muchas personas queer vemos el mundo desde fuera. A la hora de escribir, tienes mucha capacidad de análisis.
Hay que saber hacerlo, además.
F.R.: Y hay que querer hacerlo. Porque puedes no querer hacerlo, porque tiene unas consecuencias.
I.P.: Para mí es algo completamente diferente. Yo utilizo mucho la ficción como disfraz. Me gusta mucho esconderme. Vivo la ficción desde ese lugar. Sé perfectamente las cuestiones personales que hay en La intrusa. La ficción me permite hablar de unos temas y no exponerme demasiado. Por eso no sufría por mi familia.
Son dos novelas muy psicoanalíticas.
I.P.: Creo que en las dos hay una arqueología muy diferente, de exploración, y la idea del viaje, la voluntad de transformación, de querer encontrar algo.
F.R.: Y de la identidad. Esta es la batalla del siglo XXI: el yo. Hemos destruido tanto todo lo colectivo que, al final, el terreno al que nos conducen es a la batalla del yo.
I.P.: Las dos novelas son hijas de una misma época y las dos reivindican la comunidad. Van en direcciones similares.
F.R.: Es importante reivindicar la cuestión colectiva. Tenemos que apelar a la colectividad y volvernos a organizar.