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Aunque os parezca mentira, hubo una época en la que ir a un pub irlandés no hacía turista, sino que era algo de lo más barcelonés. A según qué pub irlandés, claro. Como el Michael Collins de Sagrada Familia o el caso que nos ocupa hoy: The Quiet Man, el clásico de la calle Marqués de Barberá, 11, en el Raval.
Y el lugar tenía calor y carisma: lo abrió en 1994 Seamus Farrell, un irlandés que lo convirtió en, más que un abrevadero, en un centro cultural: los estudiantes de filología inglesa íbamos a debatir sobre Joyce, a mamar cerveza negra y a intentar hacer prácticas orales con algún nativo, a poder ser joven y atractivo. Había noches de quiz cultural, y casi siempre había música en directo. ¿Había? ¡Habrá!
La buena noticia es que The Quiet Man reabrió el miércoles 14 de julio con una restauración impecable. Un par de emprendedores, Jordi Mora y Martín Sastre, lo han cogido y se han dejado la piel reconstruyéndolo. "La Covid-19 ha hecho mucho daño, pero también ha sido una oportunidad, porque en circunstancias normales nunca podríamos habernos hecho cargo de un local así", explica Mora.
The Quiet Man ya hacía tiempo que operaba bajo el nombre de Shenanigans' Speak Easy y cerró hace un año y medio, con la hecatombe vírica. La anterior propiedad le había dado más aires de coctelería (para diversificar el negocio, eran los propietarios del pub Flaherty's) pero Mora anuncia que "el bar vuelve a la esencia de The Quiet Man, el pub irlandés en activo más antiguo de Barcelona". (El Red Lion, abierto en 1959, cerró en 2017).
"El bar vuelve a la esencia del pub irlandés en activo más antiguo de Barcelona"
Pueden estar contentos: apoyado en la barra, practicando el noble deporte de levantamiento de Murphy's, me siento transportado a la magia del estudiante, cuando la relación con las chicas y el alcohol era un rompecabezas que había que resolver cada noche de nuevo. El bar está en las antípodas de la reconstrucción hortera y el falso envejecimiento: es limpio, pero tiene un cierto aire polvoriento, lleno de carteles de publicidad de principios de siglo XX, objetos irlandeses (máquinas de escribir, pósteres de película ...)
De priba la cosa va bien servida, variada y completa: preside la barra un precioso tirador de Guinness en forma de arpa y la acompañan tiradores de Heineken (lager rubia suave), Paulaner (belga de trigo un poco tostada), Murphy's (clásica irlandesa ligera y roja, un poco tostada), la Hop House 13 ( 'craft beer' de Guinness, lager lupulada sin entrar en terreno IPA), sidra Strongbow y Lagunitas, una IPA estadounidense, y dos tiradores rotativos de cerveza artesana. En total, un repertorio que hará felices desde al típico puntilloso de la cerveza artesana hasta a que sólo quiere una caña fresca bien tirada.
Y de alcohol fuerte, también van bien: 60 variedades de whisky, entre irlandés y escocés -¡incluso el whisky de 'Peaky Blinders'! - y una veintena larga de ginebras. Para comer, no pasaréis hambre: os espera una carta de clásica comida de pub con platos como hamburguesa completa Angus, 'fish and chips', también con opciones veganas, estofado con Guinness, alitas de pollo ...
Sastre asegura que cuando sea posible volverá la música en directo varias veces a la semana -cada día, si es posible- y que no cerrará ningún día, con espíritu de barrio y bar local. De momento abren cada día de seis de la tarde hasta el cierre permitido por las restricciones. Celebremos pues que Marqués de Barberá, el Raval y Barcelona vuelvan a tener The Quiet Man: el panorama que se vislumbra es alegre, esperanzador, alcohólico y grasiento. ¡Vayamos todos al bar!
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