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Tres décadas de carrera, de premios y reconocimientos, aquí y en Francia, donde mantiene un enorme prestigio desde los tiempos de Una relación privada (1999) y Harry, un amigo que os quiere (2000). Y, curiosamente, Sergi López (Vilanova i la Geltrú, 1965) sigue generando en su interlocutor una sensación de normalidad que, en la industria del cine y en el universo de los actores, es toda una rareza. Una aparente paradoja: que ser uno mismo resulte extraño. El actor lo asume con la misma cercanía y la misma sonrisa de siempre. “La gente encuentra excepcional que cada mañana digas ‘hola, buenos días’. Pues no lo sé… He ido aprendiendo que, para la gente, para la tribu, es raro que un actor sea alguien normal. Tengo la suerte de vivir en un pueblo donde ya no soy noticia, me siento en el bar y me tomo un café y la gente me dice... ¡eh!, sin más. Y vivo rodeado de gente que no es cinéfila, mis hijos solo han visto tres o cuatro películas mías, y cuando he vuelto a casa del Festival de Cannes no les ha impresionado en absoluto. La gente de mi entorno no está en ese mundo de ostentación y repercusión mediática, está muy lejos de todo eso”.
Sergi López habla de Cannes, y su experiencia este año ha sido muy especial. Y eso que ya contaba con una decena de vivencias previas, con películas suyas participando en la Sección Oficial del festival más importante del mundo. “Diría que este es el año en el que he tenido más conciencia de lo que es Cannes, y del impacto que ha tenido la película. He recibido mensajes de amigos y de gente que trabaja en producción, en distribución, de periodistas de cine, franceses, belgas y de todas partes, diciéndome cómo seguían teniendo Sirât en la cabeza después de unos días y después de haber visto un montón de otras películas”, explica.
Dirigida por Oliver Laxe y ganadora del Premio del Jurado, Sirât sigue la peripecia de un hombre –el personaje de López– que, acompañado por su hijo pequeño, va en busca de su hija desaparecida meses atrás: las pistas los llevan hasta una rave en pleno desierto de Mauritania. Y acabará compartiendo camino con un grupo de ravers, a los que ve como absolutos marcianos. Todos ellos vivirán un viaje físico y, sobre todo, emocional, interno, que supone también toda una insólita experiencia para el público que se acerque a las salas de cine a ver esta película radical, explosiva, que no se parece a ninguna otra.

¿Qué tiene de especial Sirât? No sé si leer el guion te voló la cabeza de la misma manera que verla me la voló a mí...
Dije que sí al proyecto porque era una evidencia: cuando lees algo que no sabes con qué compararlo, y que sobre todo te atrapa… Una historia que empieza, que parece que va hacia un sitio determinado, pero que a partir de un hecho que lo revienta todo, se va hacia otro lado. Sirât es un viaje, pero contiene algo profundamente espiritual, metafísico. Y el personaje que hago yo... Había muchas cosas que me gustaban del guion, pero sobre todo la escritura, la idea de una historia que no se parece a ninguna otra. Y eso es algo que me gustaría que pasara siempre.
Debe de ser una de tus motivaciones para hacer cine...
Sí, y creo que es algo que nos pasa a todos: secretamente, en el fondo, lo que queremos es que una historia nos sorprenda, que vaya a donde no esperamos. Es verdad que en el mundo en el que vivimos, capitalista y de formatos preestablecidos, tendemos a intentar encontrar fórmulas que definan la película ideal. Pero eso no existe. Y yo creo que incluso el espectador más popular del mundo, lo que quiere es entrar a una sala y que pase algo que lo saque de su lugar de confort, que le haga emocionarse, reír, llorar, lo que sea… pero que lo transporte. Y Sirât, transportar, transporta.
En el mundo en el que vivimos, capitalista y de formatos preestablecidos, tendemos a intentar encontrar fórmulas que definan la película ideal
Y emocionar, emociona. Y volar la cabeza, te la vuela.
Sí, sí… Es un viaje, y es curioso porque tiene algo que puede parecer ligero, como de Mad Max, con camiones por el desierto, polvo, ríos que se cruzan, este viaje de aventuras, de ritmo trepidante, todo eso. Pero también es un viaje que atraviesa un dolor extremo, con un padre y un hijo que están perdidos, buscando a la hija. Y la vida los enfrentará, los pondrá delante de un espejo muy doloroso. Y a partir de ahí les propondrá un crecimiento personal. Suena vacío dicho así, pero es una película que tiene mucha emoción, además de esta aventura.
La película golpea al espectador, y también tiene un punto muy apocalíptico. Pero al mismo tiempo creo que transmite una enorme fe en la humanidad.
Sí, es una película crepuscular, que de alguna manera te dice que se acerca el fin del mundo... Y ya tenemos cierta intuición, desde hace algunos años, de que el fin del mundo está cerca. Pero en el fondo habla de una mirada interior, que sería la única esperanza que le queda a la humanidad, o la más potente. De hecho, cuando el señor convencional que yo interpreto se encuentra con esta tribu de ravers, se ven mutuamente como extraterrestres. Pero cuando se conocen, y el dolor aparece y los transforma, es esta idea de compasión, de colaboración, de colectivo, de no dejarte solo, lo único que los puede salvar. Es lo que pasa cuando le das una oportunidad al diferente, al extranjero, al otro que viene de fuera. Y yo creo que la peli tiene esa luz, tiene esa idea de que, a pesar del dolor, eso nos tiene que ayudar a crecer. Y crecer significa mirar hacia dentro para reconocerte igual que los otros, y que de ese modo surja la solidaridad natural que todos llevamos dentro.

Oliver Laxe viene de los márgenes y de un cine muy autoral. Pero Sirât tiene un enorme potencial comercial. Esto también encaja con la compra de Neon para distribuirla en Estados Unidos, destacando la conexión que puede tener con el público joven. ¿Cómo lo ves?
Pues diría que el antónimo, lo opuesto al cine de autor, no es el cine comercial. Lo que es opuesto al cine de autor sería el cine industrial. La idea del autor tiene que ver con una mirada cinematográfica personal, con un punto de vista diferente. Sirât es una película de autor porque es muy arriesgada, muy radical, y plantea bifurcaciones en el camino muy bestias. Pero además, aparte de eso, tiene una vocación popular. Decir “comercial” es una forma de hablar de dinero. Pero decir “popular”, al fin y al cabo, es hablar de algo que llega a todo el mundo. Y la vocación del cine tiene que conectar con la idea de mezclar la alta cultura con la cultura popular, la cultura de la calle. Y esta película sí lo tiene.
La vocación del cine tiene que conectar con la idea de mezclar la alta cultura con la cultura popular
Parece que tú y Oliver sois dos antisistema, aunque sea por cómo os movéis dentro de la industria.
No lo sé, quizá sí, un poco sí… no lo sé. Me cuesta analizarme desde fuera porque yo veo lo que he hecho, pero no tengo tanta conciencia de lo que han hecho los demás. Es verdad que yo siempre he tenido esa cosa de vivir en Vilanova: empecé trabajando en París, pero no vivía en París; empecé a hacer películas en Cataluña, pero no vivía en Barcelona; trabajaba en España, pero sin vivir en Madrid. Eso de estar un poco fuera del centro de atención… es cierto que eso me ha constituido como persona, soy lo que soy. Y también es cierto que Oliver es alguien que dentro del mundo del cine está en los márgenes, que busca un cine más rompedor, busca cosas más radicales… No sé, quizá nos hemos encontrado, pero yo solo soy actor, solo hago un personaje, y de vez en cuando tengo la suerte de poder elegir entre lo que me proponen. Yo navego un río donde me llevan los demás.
Hablábamos de la rareza de la normalidad… Te debes encontrar con muchos compañeros de profesión con comportamientos difíciles de entender.
Sí, claro, porque es el mundo en el que vivimos, y gente con la que he trabajado, o gente que hay alrededor, forman parte de un mundo que prioriza una imagen, una identidad que es virtual, que te construyes. Y cuando esa identidad triunfa y te da seguidores, entonces la pregunta es: ¿tú quién eres? ¿Eres esto? ¿O lo otro? Y claro, la peña —y no solo los que trabajan conmigo— se hace un lío para saber quiénes son y quiénes dejan de ser. Yo seguramente también, pero tengo la suerte de tener un entorno que seguramente hace que me sienta más cerca de quien soy de verdad.
Has hecho más de un centenar de películas y series. Cuando miras atrás, ¿estás satisfecho?
Sí, sí, ¡es la hostia en vinagre! Estoy satisfecho, o sea… yo no puedo aceptar todos los guiones que me proponen. Y no es que me ofrezcan 2.600, pero con siete u ocho ya tienes que elegir, y eso es un privilegio. Con este complejo que tengo yo, de no ser muy cinéfilo, de no estar muy leído, de no tener mucha cultura cinematográfica, con el tiempo me he dado cuenta de que hay como una línea editorial en lo que he hecho. Sin seguir ninguna estrategia. Porque, claro, es imposible que alguien planee participar en el Festival de Cannes con diez películas. Eso no sé de qué depende, pero el caso es que ¡ha pasado! Y entonces, he estado con directores, con autores, en películas dentro de ese cine de autor que han inspirado a otros directores a contar conmigo. Y lo encuentro acojonante: he hecho un montón de trabajos, con gente muy diferente, con miradas muy distintas, y de ese centenar de películas quizá hay dos que no me gustan. Dos que piensas: ¿por qué hice esto? Y sabes que las hiciste por malas razones: porque me venía bien por fechas y no tenía nada que hacer, o porque pagaban bien... Lo sabes. Pero el resto, las que han funcionado y las que no y se han pegado una hostia de campeonato, son películas que me molan y que tienen personalidad.
He hecho un montón de trabajos y de ese centenar de películas quizá hay dos que no me gustan
No podemos exigir que solo aceptes un proyecto por razones puras…
Claro, sobre todo en un trabajo donde te pagan bien, y en el que te tratan bien. Es fácil. Podrías no hacer nada, pero dices: la hago. Porque me divierto. Está el objetivo común de hacer una película, que ya es brutal, un equipo de adultos que se va al desierto o adonde sea. Pero después hay algo muy bonito en los rodajes en sí, que son como un circo: compartes experiencias con la gente, trabajas con la gente, sufres con la gente, se crea algo muy guapo. Y si además hay un objetivo con la película, una intención de hacer algo que valga la pena, y si además te pagan bien... es alucinante, sí, ¡es alucinante!