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"¿Qué necesita el mundo? ¡Lo que NO necesita el mundo ahora son otros Sex Pistols de karaoke!". Durante el hipnótico concierto que ofreció PiL en el Azkena Rock Fest hace un mes, John Lydon –antaño Johnny Rotten– se ventiló con una frase la reunión de los otros tres Sex Pistols originales con el cantante Frank Carter, de la banda punk británica Gallows.
Esta afirmación es indiscutible. Quizás el mundo no necesita que Steve Jones (guitarra), Glen Matlock (bajo) y Paul Cook (batería) saquen a pasear uno de los discos más relevantes de la historia, pero el público del Cruïlla disfrutó cosa mala el fidedigno facsímil en directo de Nevermind the Bollocks y aledaños. Los estiramientos de isquiotibiales de Carter antes de empezar ya daban pistas de por donde irían los tiros.

Con un sonido potente, sin ser atronador, durante una hora y cuarto el cuarteto se dedicó a pulir y dar cera a los himnos, con Carter metido de lleno en su papel de animador punk festivalero, con carreras y saltos a lo Mick Jagger. Cada canción era un pogo, claro, y en los momentos en que el voluntarioso Carter bajaba con el pie de micro a la pista a dirigir un mosh pit, se desataba el delirio (sin hacer distinción entre viejos, gente mediana edad y postadolescentes en modo cosplay de Sid Vicious pelopincho). El público sudó y disfrutó a lo bestia, eso es un hecho, y la manera que tiene Jones de llenar todos los espacios sin recurrir al raca-raca, sino a un zumbido constante de acordes abiertos, es un género en sí mismo.
Pero el problema de querer sustituir una de las voces más personales y artísticas de la historia de la música del siglo XX, la de Lyndon es que... Es imposible. Quienes recordamos el concierto de los Pistols en 2008 en ese mismo escenario –también un mes de julio– echamos en falta el espíritu confrontacional, juguetón y vanguardista de esa noche memorable (el que define a los Sex Pistols, vaya).

Lo que vimos ayer fue un karaoke profesional y lleno de testosterona, liderado por un tipo cachas, saludable y ultratatuado que triunfaría en cualquier coctelería de moda o anuncio de cerveza (en los antípodas del antaño enclenque y harapiento Rotten, quizás hoy algo pasado de peso, pero con carisma, voz y elegancia intactos). ¿Tiene sentido revivir el repertorio sin las inflexiones vocales de Lydon? Está claro que no esperábamos la destrucción y el mal rollo de cuando los corrían a botellazos en antros de Texas. Pero lo de incitar a al público a meter palmas y coros en medio de himnos nihilistas era de risa. Ei, bugui bugui, no future.
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