Esta es la casa del chef italiano Matteo Bertozzi, quien estuvo al frente de My Fucking Restaurant y Assalto. Cansado de las presiones de estar en los primeros puestos de los rankings de los mejores restaurantes, de trabajar en primera línea del turismo y, al mismo tiempo, ajustarse a los criterios de sostenibilidad máxima, Bertozzi se retiró de sus dos proyectos y en verano de 2025 abrió una pequeña y cuidada casa de comidas en el corazón del Poblenou más vecinal, sin brunch ni expats a la vista. "Había que estar en Slow Food, tener la estrella verde Michelin y al mismo tiempo el Sol de Repsol. Daba de comer a ochenta comensales al día y me había autoimpuesto muchas reglas: quería la sostenibilidad al cien por cien. Y al final no podía comprar nada, porque todo se me escapaba del marco en el que me había encerrado".
El subtítulo Casa de Comidas no es pose: esto es un pequeño restaurante –podríamos llamarlo bistrot– con precios muy ajustados, casi populares, donde Bertozzi pone en juego su mano maestra para inventarse platos a partir del producto de proximidad trabajado a escala humana, lejos de aquellas cien personas que atendía al día. Es un restaurante gastronómico de barrio, dice. Y eso se comprueba en platos espléndidos como unas judías verdes con stracciatella ahumada, miso casero con recortes de pan y almendra garrapiñada, un plato veraniego y con matices. O también otros más contundentes, como un tataki de presa ibérica tonnata. La misma salsa que en el plato italiano, pero con cerdo. La típica crema de alcaparras y anchoa va combinada con un chimichurri de algas, el toque graso contrastado con salinidad marina y vinagre. Es un sitio al que ir a menudo: cambio constante de carta, producto totalmente de temporada, precio muy ajustado.