Después de ver Mesures extraordinàries sería fácil trazar un triángulo entre la comedia negra de Yago Alonso y Carmen Marfà con Aquelles que no han de morir de Las Huecas y Ramon de Mar Monegal. Para empezar, porque con la primera comparte el espinoso tema de qué hacer cuando muere un familiar cercano, todo lo que cuesta enterrarlo y el negocio que hay detrás. Son dos obras muy distintas, pero hablan de lo mismo y llegan a conclusiones parecidas. Con la pieza de Monegal, la conexión es a través de Francesc Ferrer, que aquí se llama Toni y allí era Ramon, un hombre de mediana edad obligado a volver a casa de sus padres como un fracasado. El uno y el otro son muy parecidos, y Toni podría ser Ramon diez años después, con una hija adolescente a su cargo y un padre al que enterrar con poca liquidez en el banco.
Alonso y Marfà estrenaron una especie de versión previa de Mesures extraordinàries en la sala Flyhard en 2022 con un título más directo: Instruccions per enterrar un pare. Y era la única de las obras del dúo que no había dado el salto al teatro comercial, a diferencia de Ovelles y La pell fina. Hace tres años, con Eduard Buch, Sara Diego y Teresa Vallicrosa en lugar de Ferrer, Mia Sala-Patau y Mercè Arànega, el montaje funcionaba muy bien como un trabajo indie, atrevido, una comedia negra que, como sus otras obras, tenía un fuerte componente generacional y social, con el foco puesto en la herencia y el cierto fracaso social de la generación que ronda los 40, que no ha conseguido vivir mejor que sus padres.
Ferrer vuelve a demostrar que es un excelente actor, capaz de encarnar cualquier personaje
En Mesures extraordinàries tenemos todo esto, como también se podía ver en La presència, la comedia de terror que Alonso y Marfà estrenaron hace unos meses en La Villarroel. Es una obra que condensa muy bien en 80 minutos este fracaso, con soluciones humorísticas bien logradas y unos diálogos que enganchan. El problema es que, en cuanto a dirección, a cargo de los propios autores, los intérpretes están muy estáticos, ocupan muy poco espacio, como si les sobrara la mitad de la caja escénica.
Ferrer, sin embargo, vuelve a demostrar que es un excelente actor, capaz de encarnar cualquier personaje. Provoca pena, rabia, risa... Y Arànega deja claro que siempre está a la altura, incluso cuando tiene el papel más pequeño de la función. Sala-Patau, por su parte, juega bien las cartas de hija que pone límites al padre y sabe seguirle cuando hace falta. Aquí es la voz más sensata de todas.
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