No sabríamos bien cómo explicar de qué trata este espectáculo. De entrada, aparece en escena poco a poco vestido con un frac circense. Lleva mucho maquillaje e imposta la voz. A su izquierda, una única máquina expendedora. Lo primero que hace es pedir perdón a sus padres. Y, acto seguido, se disculpa ante todos los profesionales de quienes tomará prestados el arte y el oficio. Él sabe hacer todo lo que ellos hacen sin haberlo estudiado. Es así. Más tarde, se interesará por el único artefacto que hay en el escenario y querrá un dónut. Y, ay, el envoltorio se atasca y no baja.
A partir de aquí, todo es exhibición. Nos reiremos y, al final, no querremos que Pla se vaya. Querremos que el espectáculo no termine, porque nos gustaría descubrir qué es lo que no sabe hacer o ya no puede hacer, agotado. Porque el público también es insaciable, siempre quiere más, quiere en exceso, y él no deja de ser un ser humano que se planta en un teatro para demostrar su arte. Y, aunque sus límites son escasos, los tiene.