Si La tempestat que ha dirigido Oriol Broggi es una gran función, es por los versos traducidos por Jaume Coll Mariné, el Próspero de Lluís Soler, el Ariel de Babou Cham y la Miranda de Clara de Ramon. Porque sin estos cuatro elementos, el montaje podría ser más bien anecdótico o, simplemente, un retroceso en el tiempo, ya que nos transporta a la época en que el director barcelonés levantaba Hamlet en la Biblioteca de Catalunya y nos maravillaba: la profundidad, el lirismo, la pulcritud. No hay nada que no hayamos visto. Y todo sigue funcionando.
Las crónicas del siglo XVII sitúan The tempest como la última obra que escribió Shakespeare, en 1611, cinco años antes de su muerte. Es una pieza canónica en cinco actos, que se mueve entre la obra romántica y la tragicomedia, escrita en un 80% en pentámetro yámbico, donde no muere nadie. Y muchos la han visto como el testamento del Bardo, encarnado en la figura de Próspero, el duque de Milán desterrado que encuentra refugio en una isla, con su hija Miranda, donde puede desplegar su magia gracias a un espíritu, Ariel, mientras subyuga al indígena Caliban.