Plaza de Oriente

Majestuosa, limpia, ordenada, ¡peatonal!, verde, con vistas, siempre alegre y siempre llena de vida, desde con gente en sus terrazas, o paseando y tomando un helado, hasta con niños jugando en su parque. La Plaza de Oriente es una de las plazas que más nos gusta y gusta de Madrid. Presidida por el Palacio Real y el Teatro Real, flanqueada por los Jardines de Sabatini, los de Lepanto y los del Cabo Noval, y habitada por una interesante colección de esculturas de veinte reyes españoles (cinco visigodos y quince de los primeros reyes cristianos de la Reconquista), su trazado tal como lo conocemos ahora es de 1844, de cuando el olvidado rey José I mandó demoler las casas medievales situadas sobre su solar. Aunque su diseño más parecido al actual no llegó hasta el mandato de Isabel II y la construcción (al menos el inicio de ella) del Teatro Real. Tras sucesivas remodelaciones, la plaza (que, al parecer recibe su nombre por estar “al oriente de Palacio”, aunque hay quien le atribuye vinculaciones masónicas con José I – que era masón – a esta toponimia) ha ido configurándose como la conocemos hoy en día. Y sí, hay que reconocerlo, su obra de restauración en los noventa (haciendo que el tráfico de la calle Bailén fuera subterráneo en este tramo) consiguió aunar un lugar histórico con un espacio cotidiano y de disfrute de los madrileños y foráneos, haciendo también que la imagen de los adeptos al franquismo reuniéndose aquí para apoyar al dictador Francisco Franco nos parezca ya más bien una escena de 'Cuéntame' que otra cosa. Ya lo hemos dicho: nos gusta esta plaza. Paseando por ella nos sentimos un poco más en Europa (es toda una postal). Y una última curiosidad: el monumento a Felipe IV (en el centro y del siglo XVII) es considerado la primera estatua ecuestre del mundo sujetada únicamente por las patas traseras del caballo.