Hay hábitos, costumbres, tendencias que, afortunadamente, nunca pasan de moda. Una de ellas es, en esta Barcelona a veces poco identificable, regalarse un desayuno o una merienda en una de las granjas históricas de la ciudad. Es la patria del Cacaolat y su chocolate - sobre todo el suizo! - No tienen competidores: el chocolate bien espeso, y la nata montada en el punto exacto. El encanto del local, los camareros de toda la vida y el pintoresco cuadro que conforma la clientela hacen que el café también tome un sabor nostálgico y evocador. Especialidades, aparte del suizo: yogures de producción propia, crema catalana, churros, pastas y pasteles. Los lácteos aquí son incomparables, porque pasteurizan su propia leche, que les llega de Cardedeu.
Hay pocas cosas más barcelonesas que entrar en una granja a desayunar o a merendar. Sentarse en cualquiera de estos locales con solera, pulsar el botón de pausa y mojar el bizcocho en un acogedor suizo. Las granjas ya hace décadas que no tienen vacas, pero las antiguas lecherías siguen seduciendo al barcelonés, y de paso al turista. Hay cafeterías fenomenales, pero las granjas son locales carismáticos.
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