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Daniel Sánchez Arévalo

Daniel Sánchez Arévalo, un hombre de fútbol

Un exhaustivo perfil del director de ‘La gran familia española’

Escrito por
Time Out Barcelona Editors
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Podría decir muchas cosas de Daniel Sánchez Arévalo, pero si hay una evidencia que salta a la vista es que tiene madera de subscriptor incondicional de las macrofiestas del Digital+. Como mínimo, de las de hace diez años. Se pone como el quico de cacahuetes cuando hay un Barça-Madrid, la Fórmula 1 se la pone dura y es capaz de levantarse antes que cante el gallo para seguir en directo los rankings de los golfistas de la Ryder Cup. Amigos, estamos hablando de un amante del sofá y de la birra, de un pura raza de peña futbolera y bufanda de 'hincha'. Si no fuera porque si hubiera un canal con los musicales 'de ayer y hoy' también se abonaría. "Siete novias para siete hermanos es mi película preferida", dice.

Un chico imprevisible, este Dani. Más o menos como su última película, 'La gran familia española', una comedia desenfrenada con boda accidentada, lingotes de oro, corrales llenos de gallinas y cinco hermanos con nombres bíblicos que son como los Tenenbaum 'del terrucho'. "Mi padre era pintor -explica Arévalo-, y  me enseñó a vivir la vida con alegría, jovialidad y muchos colores". Ah, sí, colores: la película sucede durante aquel 11 de julio del 2010 en el que Iniesta metió el gol que hizo que La Roja ganara el Mundial de Sudáfrica. "La idea que alguien intentara casarse en el momento en el que los ojos de media península estaban fijados en la selección española me pareció un colosal disparate -afirma-. Y así nació todo".

Pero no es la primera vez que a este 'hooligan' barbudo de tres al cuarto, dandi del claqué de seis a siete, le da por explorar la vena de la afición futbolera. En el 2002, mucho antes del éxito de 'AzulOscuroCasiNegro' en los Goya, Sánchez Arévalo rodó su primero cortometraje, con precario presupuesto, una cámara doméstica y un par de camisetas con escudo en el pecho. Se llamaba '¡Gol!'. Su guión, de lírica culterana, tenía momentos de una erudición tan elevada como 'tronco, macho, tío, no me seas cerdo'. Así, todo junto. Para justificarse, me saca la tópica y sudada asociación entre la mitomanía deportiva y la catarsis colectiva. Con una variante que no había escuchado nunca: "Es como ver 'Sonrisas y lágrimas' muchas veces seguidas".

Una comedia desenfrenada, decíamos. Tienen la misma euforia desacomplejada que 'Gordos', aunque aquí no hay excesos de 'bocabits' ni tostadas con Nutella a las tantas de la madrugada. Tiene la misma confianza familiar de 'Primos', aunque a esta todavía le falta un hervor más. "Creo que, de todas mis películas, es la que más me representa -confiesa-. No es que como cineasta haya innovado mucho, pero a nivel personal me ha enseñado muchas cosas de mí mismo". Dice que en este sentido le recuerda al cine de Alexander Payne. "He estado revisando 'Los descendientes', y me parece una historia perturbadora, triste, nostálgica, pero por alguna razón me hace reír a pulmón abierto -replica-. Y sé que en realidad no hace ni puta gracia".

Estamos en un convite donde la novia decapita al novio del pastel de un mordisco, donde un maníaco depresivo intenta reventar a hachazos una caja fuerte escondida entre la paja de un corral y donde el jefe de mesa, el padre de todos, sufre un infarto y se debate entre la vida y la muerte. "Adoro las historias agridulces, porque son las que de verdad hablan de nosotros -concluye-. Son las historias que nos hacen llorar". Imposible saber si este cabeza loca está pensando en 'Un americano en París' o en 'Brigadoon'. O en 'My fair lady' o 'Cita en Saint Louis'. O quizá en ese beso entre Sara Carbonero e Iker Casillas que en su día batió el récord de visitas en YouTube.

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