Los 60: Conillet de vellut
Retratocon una Hasselblad de la BCN de los 60. De Els Setze Jutges a la Gauche Divine
Cantaban Brassensy 'menjaven fetge d’un penjat'. Hacían pruebas de ingreso a los aspirantes a formar parte de su grupo en La Cova del Drac, el club que había en el sótano del drugstore del número 30 de la calle Tuset. Se oponían al franquismo, hacían canción protesta que burlaba la censura y rescataron el catalán para la música popular. Eran Els Setze Jutges y sus veredictos se expresaban a través de la Nova Cançó. Era 1961 cuando Josep Maria Espinàs se inventó el nombre con Miquel Porter i Moix y Remei Margarit para formar el colectivo de cantantes y músicos que entre sus dieciséis miembros tuvo a Joan Manuel Serrat, Lluís Llach, Maria del Mar Bonet, Quico Pi de la SerrayGuillermina Motta, y del cual quedaron fuera, al suspender el test, Pere Tàpias y Pau Riba, que entonces fundaría una alternativa filoyanqui al afrancesado colectivo, el Grup de Folk.
No fueron los magistrados de la Nova Cançó a quienes Serrat inmortalizaría en 'Conillet de vellut', crónica de un afer romántico fallido con una modelo y retrato –con una Nikon o una Hasselblad– de la Barcelona cool de mitad de los años 60, la de la Gauche Divine, los burgueses izquierdosos que de día tenían éxito en sus profesiones liberales y por la noche bailaban en la discoteca Bocaccio, una cosa y la otra a menudo sin alejarse demasiado de la calle Tuset, el Carnaby Street barcelonés. Dice, dicen, dicen que el tema está inspirado en la aventura de el 'noi del Poble-sec' con Susan Holmquist, Miss Dinamarca y Miss Naciones 1964, que con su marido, el fotógrafo Gianni Ruggiero (“el conill fora del niu m’enganyava amb qualsevol objectiu”), formaba parte de aquella élite que el promotor Oriol Regàs, artífice de la escena, definió como un grupo de gente que parecía “tomarse en serio su profesión” a pesar de enfrentarse a la vida “con cierto sentido frívolo”, y que eran de izquierdas a pesar de hacer todo lo posible por vivir como “la gente de derechas”.
En menos de tres minutos, 'Conillet de vellut' –publicada en Serrat/4 (Edigsa, 1970), su cuarto álbum en catalán y el retorno a esta lengua después de tres discos en castellano– nos sitúa en aquella Barcelona glamurosa en la que otro fotógrafo, Leopoldo Pomés –el héroe del protagonista de la canción–, abría restaurantes de diseño como el Flash Flash y Il Giardinetto. Y lo hace mejor que en 90 minutos la película 'Tuset Street' (Jorge Grau y Luis Marquina, 1968), con banda sonora de Augusto Algueró: un Bocaccio soul que Los Gritos adaptarían al castellano.
Los Gritos se formaron en Torremolinos, pero Barcelona también tenía su cuota de grupos beat, surgidos a la sombra de los Beatles y de la 'British Invasion' de principios de los 60, que cantaban en castellano y la libertad que defendían era la de llevar el pelo largo. Unos fueron Los Sírex, que hicieron de teloneros del quinteto de Liverpool en su único concierto en la capital catalana, en 1965, y que, a parte de querer barrer las cosas malas con 'La escoba', le dedicaron una canción al San Carlos Club de Gran de Gràcia delante de Fontana –la parada en la cual The Free Fall Band cantarían 50 años después–, sala de conciertos desde donde se difundió el credo de las guitarras eléctricas en la ciudad. Otros fueron Los Mustang, que triunfarían adaptando las canciones de Lennon y McCartney, y otros más, Los Salvajes, que a quien versionaron fue a los Rolling Stones.