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Vive un magnífico momento profesional y una tranquilidad íntima que se traduce en proyectos y personajes de absoluta madurez. Su hiperactividad –acaba de rodar Cada día nace un listo, tiene pendiente de estreno Un hijo y, hace pocas semanas, Un funeral de locos llegaba a las salas– denota que es un actor codiciado por directores y productores. En todo caso, charlando con Hugo Silva (Madrid, 1977), se diría que se ha abonado a relativizarlo todo. “Me siento más reconocido, sí, pero ha sido un proceso tan largo y lento que me da más tranquilidad que satisfacción”, nos explica.
Popular desde los tiempos de las series Al salir de clase y Los hombres de Paco, y con películas a sus espaldas como Mentiras y gordas (2009), Las brujas de Zugarramurdi (2013) o su, por el momento, única nominación al Goya, Un amor (2023), Hugo Silva presenta ahora La buena suerte (que llega a las salas el 6 de junio). Dirigida por Gracia Querejeta sobre la novela homónima de Rosa Montero, la película ahonda en la culpa de un padre, arquitecto de éxito trastornado por una razón que aquí no contaremos, y que tiene que ver con algo relacionado con su hijo.
Pablo, el personaje de Hugo Silva, viaja en tren para dar una conferencia y, en una parada técnica en un pueblecito navarro, ve un cartel de 'Se vende' en un balcón y compra la casa en cuestión para instalarse en aquel apartado lugar. Una huida hacia adelante en toda regla. Desde ahí, La buena suerte dibuja esa extraña decisión navegando una mezcla de géneros: predomina el drama, pero con estructura de thriller, incluso con aires de western.

¿Qué te encendió la chispa para aceptar dar vida a este personaje?
No había leído el libro de Rosa Montero, pero me gustó su punto de partida, con ese tipo que prácticamente se tira de un tren, se instala en un pueblo de la España vaciada y de repente empieza a actuar: a cada uno le cuenta una versión de su propia vida, como si estuviera escapando de algo. Me pareció muy interesante que hablara de lo que ocurre cuando tienes una relación tóxica con tu propio hijo. No hay salida alguna ante esa situación. Es un conflicto que nunca me había planteado, y me gustó mucho el viaje que hace el protagonista, esa huida hacia lo imposible, porque no puedes huir de la paternidad, incluso aunque rompas con tu hijo.
Hemos visto cómo Adolescencia se convertía en un fenómeno televisivo. Y pensaba en la relación que podría establecerse con La buena suerte. En el episodio final de la serie, los padres se rompen ante la duda de si podrían haberlo hecho mejor.
Mi personaje huye de la culpa, que es muy dura. En este sentido, la culpa va muy pegada a la paternidad. Por lo menos a mí me pasa. Porque nunca eres buen padre, nunca te sientes un buen padre. Siempre fallas en algo, siempre. Siempre hay algo que podrías haber hecho mejor. Aceptar que no somos perfectos, y que tanto nosotros como nuestros propios padres vamos aprendiendo a serlo por el camino, demanda un trabajo psicológico muy fuerte. Pasas por muchos errores que te hubiera gustado ahorrarles a tus hijos. Y esa es una cosa que no nos enseñan. Yo tengo amigos que me dicen que no encuentran el momento de ser padres, y yo les digo que no lo hay. Nunca es un buen momento para ser padre. Es un acto tan kamikaze, y a la vez tan natural... En todo caso, es muy difícil separar la paternidad de la culpa.
Nunca es un buen momento para ser padre
¿Ser padre te ha hecho enfocar el personaje de una manera diferente?
No lo sé, pero sí puedo decirte que si el proyecto me llamó tanto la atención fue, precisamente, por el hecho de ser padre. De repente me puso en una situación, en unas circunstancias supuestas, que me parecieron durísima, las más duras que puedes vivir. Puedes llegar a romper con tus padres, pero no puedes hacerlo con tus hijos. Y si ocurre, esa herida no va a cerrarse nunca.
No se puntualiza en la película, pero pensé en el impacto de la extrema derecha en la ideología de muchos jóvenes de hoy.
Yo creo que la juventud es un reflejo de cada momento, de cada época. Esta es una reflexión que estoy haciendo mucho porque, por ejemplo, a finales de los años 70 y principios de los 80, teníamos la figura de los quinquis. Era una juventud muy problemática y autodestructiva, pero no dejaba de ser el reflejo de una España que venía de dónde venía, de la opresión y la desigualdad. Ahora vivimos la época de la desinformación, del individualismo y de la mentira. No digo que toda la juventud sea así, pero hay una parte que da ese reflejo. Es un problema social. No creo que la película hable de eso, pero es verdad que parte de la juventud está muy seducida por los mensajes extremos, entre otras cosas porque son los que predominan en las redes sociales.
Ahora vivimos la época de la desinformación, del individualismo y de la mentira
Háblanos de tu trabajo con la directora Gracia Querejeta y con tu coprotagonista Megan Montaner, con la que ya habías rodado Dioses y perros.
Conozco a Megan desde hace tiempo y creo que está muy bien elegida para este personaje. Porque Megan es una persona luminosa, y su personaje es luz, es esperanza. Aunque el mío no lo lea, no lo sepa ver, con esa mochila que lleva. Megan es una actriz muy buena, muy resolutiva y ágil, y una muy buena compañera con la que se trabaja a gusto. Y con Gracia... era la primera vez que trabajaba con ella y ha sido una muy buena experiencia. Creo que sabe leer la cotidianidad de los momentos por los que pasan los personajes, y le da mucha importancia a eso. Es una de las cosas que me gustan de la película, que, aunque sea muy dramática, muestra situaciones que pueden llegar a ser graciosas.

¿Crees en la suerte?
Sí, creo que hay un factor suerte, o destino, o misterio, que está ahí y está claro. Tú puedes ir en una dirección, y hacer todo lo posible para que tu vida vaya en esa dirección, pero luego hay un montón de factores, como atarte los cordones y tardar un poco más en pasar por una puerta, que te pueden cambiar la vida. Es un misterio, pero existe, pasa.
¿Tienes identificado tu golpe de suerte?
Sí, recuerdo cuando decidí querer dedicarme a esto y cambié muchas cosas de mi vida: me fui a trabajar al centro de Madrid, los fines de semana en bares, para poder costearme la vida. Entré en una escuela de interpretación, y de repente me vi en un entorno que no tenía absolutamente nada que ver con el que compartía, en el que vivía. Nunca le di la espalda a mis amigos ni a mi familia ni nada de eso, pero sí es verdad que dar ese volantazo me hizo descubrir gente nueva que me enriqueció y que me enseñó a ver la vida también desde otro punto de vista. Así empezó todo, pero luego hubo más golpes de suerte, como que la directora de casting de Al salir de clase y de El comisario se fijase en mí, por ejemplo. O que Luis San Narciso me llamase para hacer Los hombres de Paco, claro. Y luego, a partir de ahí, ha habido muchos golpes de suerte más.
Cuando decidí ser actor me puse a trabajar los fines de semana en bares para poder costearme la vida
Pese a los volantazos, estás muy enraizado a tus orígenes y a tu barrio, San Blas. ¿Ayuda a no volverse muy loco cuando llega una fama como la que tú viviste?
Yo creo que sí, que es importante. Creo que hay que ser, o intentar ser, lo más coherente posible, y la humildad también es un ancla a la que agarrarte. Y a mí todo eso me lo da mucho mi familia, mi entorno, mis amigos, muchos que no tienen nada que ver con este mundo. Siempre me he refugiado y me he intentado agarrar ahí. Y luego he tenido la suerte de que la gente de mi entorno es gente buena, gente sana, y me ha ayudado siempre, desinteresadamente. Me he apoyado mucho en ello para gestionar la fama. Porque con el tiempo aprendes, y no pasa nada y lo aceptas, pero al principio la fama es un mogollón importante.
¿En qué momento dirías que estás ahora? Porque tu evolución como actor es evidente, y no sé si sientes que has llegado a un momento en el que te ves capaz de todo...
Lo que me siento es mucho más tranquilo. Aunque no estoy en una catarsis, no creo que ya esté, que ya lo haya conseguido. ¡Qué va, qué va! ¡Me queda tela! Tengo curiosidad, ilusión y ganas de hacer cosas nuevas, y me imagino haciendo otros personajes que no tienen absolutamente nada que ver incluso con lo que hago ahora. Pero sí es verdad que, vitalmente, me siento mucho más... voy a decir tranquilo, por no hablar de pereza. Ahora mismo disfruto mucho más de lo pequeño e incluso, fíjate, a veces disfruto de la rutina. ¿Quién me lo iba a decir? Antes era impensable. A mí me preguntaban si quería un trabajo u otro, y si uno era aquí y el otro era en México, yo elegía el de México. Yo quería irme, moverme, probar, jugar. Y ahora también, pero digamos que, bueno, estoy mucho más tranquilo.