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Rocío Quillahuaman
Iván MorenoRocío Quillahuaman

Rocío Quillahuaman: "Los relatos sobre Barcelona cuentan siempre la misma historia"

Rocío Quillahuaman ha escrito "Marrón". Hemos quedado con ella en una de sus vermuterías preferidas para charlar un rato.

Rita Roig
Escrito por
Rita Roig
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Aprieta el lápiz contra el papel y de ahí salen seres que gritan, fruncen las cejas y gesticulan exageradamente. Las animaciones de Rocío Quillahuaman son un oasis de odio de clase en el Instagram del postureo. Ahora ha publicado su primer libro, "Marrón". Puede parecer raro que alguien de 28 escriba unas memorias, pero no lo es: la vida de Rocío pasa entre Lima y Barcelona y está llena de situaciones que nos obligan a hablar de temas que nos incomodan. Racismo, inmigración, pobreza y pertenencia. Es su historia, pero también es la experiencia de muchísimas personas migrantes y marrones como ella.

En el libro se intuye que el proceso de escritura ha sido duro.

Acepté el encargo del libro para que niñas como yo pudieran leer una historia como la suya y se sintieran acompañadas. Pero rápidamente vino lo todo que implicaba escribir un libro sobre mí, sobre mi historia: tener que mirar al pasado para hablar de qué significa ser migrante desde los once años.

¿Cómo te ha afectado esto?

Yo siempre había mirado hacia delante. El libro me hizo fijarme en cómo me sentía de niña y adolescente, plantearme de dónde venía esa sensación de no encajar en ninguna parte. De hecho, en 2020 empecé a ir a terapia, debido al libro, pero también por más motivos. ¡Muchos migrantes hacemos esto de únicamente mirar adelante! Mi madre también ha mirado siempre al futuro y no se ha parado a pensar en lo traumático de algunas experiencias que nos tocó vivir. 

¿Ella qué opina del libro?

La reacción de mi madre fue bastante graciosa. Ella es una madre y se ha preocupado por cosas que yo no esperaba. En el libro explico que volvía sola de una fiesta en Montjuic, muerta de miedo y gritando. Después de leerlo, ella me abrazó llorando y me dijo: “¡Lo sabía! ¡Sabía que lo habías pasado mal en esa fiesta!”. De todo lo que podía haberle impactado, se quedó con esto.

¿Estás contenta de cómo se ha recibido?

Estoy recibiendo mensajes de mis amigos y también de gente desconocida. ¡De personas que se identifican con la historia!

Has cumplido con tu objetivo. ¿Cómo fue crecer sin conocer historias como la tuya?

La mayoría de relatos sobre Barcelona cuentan la misma historia, una y otra vez. De eso solo te das cuenta si eres diferente, por ejemplo, si tienes mi color de piel. Esto también ocurre en el mundo cultural de Barcelona. Yo iba a presentaciones, ferias y conciertos y me costaba ver a gente como yo. También me ha pasado en el trabajo, siempre era la única chica latinoamericana. Parece que no estamos allí por voluntad propia, pero no es así. Hay muchos obstáculos que nos impiden acceder a estos círculos de ocio y cultura y yo he tenido suerte.

¿Es posible trabajar en estos ambientes sin sentir resentimiento?

Algo que hacemos los migrantes es aguantar. Yo he estado en muchas conversaciones sobre precariedad. Y siempre tengo en mi cabeza a mi madre, que trabaja cuidando y limpiando casas. Si la miro, veo lo que es la precariedad. Me hace cosa que me llamen precaria, porque no considero que yo lo sea. Es evidente que la cultura es un sector precarizado, ¡pero nos faltan matices! He visto cosas muy raras en estos ambientes: personas que dicen que son pobres y tú sabes que no lo son. Es frustrante, pero se aprende a convivir con esto.

¿Cómo?

La frustración y la rabia fueron el motor de mis animaciones. Pero no siempre se debe crear desde la rabia. Escribir, de hecho, me ha ido bien. Mi editora me ayudó a dominar la rabia en los textos, para explicarme desde la vulnerabilidad. En el libro, los temas serios se intercalan con el humor, que es otra herramienta ideal para hacer llegar mensajes a los demás.

¿De dónde lo has sacado el sentido del humor?

¡Mis hermanas y mi madre son muy divertidas! Yo era la callada de la familia, pero he bebido de su sentido del humor y lo he traspasado a mis animaciones. Aunque a mí me hacen reír, sigo pensando que su éxito es un error del sistema.

¿Por qué?

Mis animaciones no son imágenes bonitas llenas de color, de esas que triunfan en Instagram. Es un error que yo critique a gente y esa misma gente me siga y consuma lo que yo hago. No nacen de ninguna fórmula creada con los años, ni de un trabajo agotador. Existen porque un día me enfadé y hice una animación. ¡Y además la hice deprisa! Lo que me ha pasado a mí es bastante random.

No crees en la meritocracia.

No quiero que la gente piense que tengo una historia de superación a la que se debe aspirar. Siempre que doy charlas, me gusta dejar claro de dónde vengo. Crecí en un cerro, era pobre cuando vivía en Lima. Pero claro, sin querer, eso termina siendo una historia de superación. Por dejo claro que todo lo que me ha ocurrido no es gracias a mi esfuerzo diario. ¡La meritocracia es una farsa!

Pero también sientes que es necesario contar tu historia.

Hay esperanza en saber que existe alguien que se parece a ti, que tiene una historia similar y que le ha ido bien. Es bonito poder servir de referente. Me habría ido bien tener alguien así cuando explicaba a mi madre por qué no quería estudiar Medicina, sino Comunicación Audiovisual.

En el libro también hablas de la presión que sentías de “ser una niña ejemplar”, y de cómo va relacionada con el racismo. ¿Es posible superarla?

Llegó un momento que tuve que decir basta. Paré de normalizar comentarios racistas y de justificar a los demás. Hay cosas que no deben aguantar, no hay que callar. Las animaciones y el libro (pero también ir a terapia) me han ayudado a poner nombre a estas cosas, a ser capaz de señalarlas. A dejar de decir la palabra “microracismo”, que es una tontería, y hablar de racismo en mayúsculas. A veces tengo que callar, porque sigo siendo una persona que no tiene todo el poder del mundo, pero trabajo para no normalizar lo que vivo, ni siquiera dentro de mi cabeza. Tengo que poder pensar: "esto está mal, no debe ser así, y no lo acepto".

También hablas de un paseo que hacías a menudo por Sant Gervasi. ¿Era un paseo de odio?

Mi psicóloga me recomendó andar. ¡Sin música! Me parecía muy difícil, pero me gusta ponerme una banda sonora instrumental y pasear por la ciudad. Me encanta. Ahora casi nunca cojo el Metro, me he dado cuenta de que no pasa nada si vas caminando por todas partes por Barcelona. Y los paseos son terapéuticos, me van genial para pensar. Empecé a pasear por Sant Gervasi durante el confinamiento, cuando vivía en Gràcia y no podía ir muy lejos. Allí no me importaba si contagiaba a alguien. Los paseos por allí se convirtieron en una epifanía: me di cuenta de cómo era la realidad de la gente de estos barrios. Y, sobre todo, cómo esto se relacionaba con mi realidad y la de mi madre.

¿Qué paseo por la ciudad te hace sentir realmente bien?

Pasear por mi zona, por Sant Andreu y la Sagrera. Mi paseo favorito sale de mi casa. Yo vivo en el Camp de l'Arpa y bajo hasta la Meridiana. De allí voy hasta La Sagrera y cojo la calle de Martí Molins, que es mi calle favorita de toda la ciudad. Y de ahí, por la calle Montlau llego a la Plaza Masadas, la mejor plaza del mundo. ¡Es preciosa! De ahí camino hasta el parque de la Pegaso, que está junto a mi antigua escuela. Ahora lo han dejado muy bonito. Voy hacia el Mercado de Sant Andreu y paseo por allí un rato. Por último, vuelvo a casa por el mismo camino. Me pone del muy buen humor.

Las vermuterías preferidas de Rocío

Antes pensaba que el vermut era para viejos, pero se ha convertido en una fan absoluta de esa bebida (¡y del concepto de tomar un vermut en general!) desde que lo descubrió. Nos recomienda sitios donde tomarlo: “Son lugares auténticos, tranquilos, donde criticar a la gente por su nombre y apellido, sin miedo. ¡Esto en Gràcia no lo puedes hacer!”, dice riendo.

Bodega El Sidral. Cuando hemos entrado, la propietaria la ha reconocido. “No paran de entrevistarte, chica, ¡qué ilusión!”. La bodega tiene más 100 años y le hacen un vermut excelente.

Bar 035. Este bar de la Sagrera es uno de los preferidos de la Rocío. Dice que pidáis el bocadillo de butifarra del perol y kimchi

Bodega Luis. Aquí Rocío hizo su bautizo vermutero. “Tenía 24 años y, desde entonces, ¡no he mirado atrás!”. Un lugar agradable con tapas de pescado fresco deliciosas.

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