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Cala Tavallera
© Carles PalacioCala Tavallera

Las mejores playas salvajes de la Costa Brava

Las playas y calas vírgenes más impresionantes del litoral de Girona

Escrito por
Aída Pallarès
y
Esperança Padilla
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No encontraréis las típicas playas íntimas, con duchas y muchos servicios o ideales para ir en familia, y para llegar hasta ellas tendréis que caminar, pero el esfuerzo será recompensado con creces. No podréis apartar los ojos del paisaje. Os presentamos una selección de las mejores playas salvajes de la Costa Brava. ¡Disfrutadlas!

NO TE LO PIERDAS: ¿Enamorados de la Costa Brava? Os podéis refrescar en sus mejores playas.

 Cala Estreta
© funkyfrogstock / Shutterstock

1.  Cala Estreta

Para algunos es, sin lugar a discusión, la mejor playa salvaje de la Costa Brava. Los del Alt Empordà tienen el Cap de Creus y los del Baix Empordà, la Cala Estrecha. Es inmensamente más modesta pero resulta muy adecuada para el 'Empordanet', donde Josep Pla habría considerado de muy mal gusto cualquier tipo de exceso y opulencia. La buena noticia es, a la vez, mala: durante el verano, el tráfico rodado está prohibido y para llegar hay que caminar unos 45 minutos desde la playa de Castell por el camino de ronda o bien –atención– sólo 20 si remontáis el camino de servicio que pasa por debajo de las torres eléctricas desde el aparcamiento de Castell. El esfuerzo, sin embargo, es directamente proporcional a la espectacularidad de este conjunto de calas nudistas, luminosas, abiertas a Levante y muy aptas para mañanas soleadas de invierno, que incluso en pleno verano permanecen relativamente tranquilas debido al paseo que hace falta para llegar. Si en la caseta de pescadores, que data del siglo XV, encontráis a un señor de pelo canoso, saludadlo: se llama Quico y vive allí desde hace años. No tiene televisión ni radio porque dice que dispone de una pantalla de infinitas pulgadas enfocada al horizonte, pero os indicará a qué roca hay trepar para encontrar unas rayas de cobertura móvil según tengáis una u otra operadora. Sólo os podemos decir una cosa más: tenéis que ir al menos una vez en la vida.

Cala Culip
© Club Surcando

2. Cala Culip

Hasta 2004, cuando cerró el Club Med, era una playa prohibida, ya que sólo se podía acceder con un 'pase de visitante' que expedía el club. Situada a pocos kilómetros del Cap de Creus, es una de las pocas calas donde es posible hacer inmersión y esto la ha convertido en un conocido fondo de restos de embarcaciones de la antigua Grecia y Roma. Dispone de una pequeña playa, de arena gruesa, para tomar el sol, pero es prácticamente imposible estar más de treinta minutos con los ojos cerrados en Cala Culip. Las razones: El paisaje geológico es alucinante, sublime y el agua azul, casi transparente. Llevad el móvil bien cargado, porque lo necesitaréis. Para hacer fotos, claro. Olvidaos de la cobertura.

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Cala Sa Sabolla
Photograph: B.Pons / Costa Brava

3. Cala Sa Sabolla

Hay muchos motivos para visitar Sa Sabolla: De entrada, el camino de Ronda desde el cual se accede es una auténtica delicia para los sentidos. Una experiencia un poco larga, pero que se debe ver y vivir. Y sí, lo habéis leído bien: solo se puede acceder a pie o en barca. La casa, de aguas casi cristalinas y superficie de guijarros, está completamente rodeada de rocas de pizarra y es, con diferencia, una de las playas más solitarias de la Costa Brava.

La Illa Roja
© Carles Palacio

4. La Illa Roja

Esta cala, presidida por un acantilado y por una imponente mole rocosa, es la única playa nudista en la Costa Brava centro. Nos gusta porque los colores intensamente rojizos de la roca que emerge en la bahía la convierten en algo raro y vivo, porque la forma semicircular hace que sea una playa muy acogedora, porque permanece relativamente poco frecuentada por grupos o criaturas, pues hay que caminar bastante para llegar desde el Camino de Ronda, y porque en realidad las playas que molan son las que no tienen ni quiosco de helados y te permiten creer por un rato que el resto de la vida no existe. El único inconveniente es que las altas paredes de los acantilados que la rodean vierten sombra a partir de media tarde, así que aprovechad en ella la mañana.

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Cala Futadera
© waldru

5. Cala Futadera

Se la conoce popularmente como 'la cala de los 300 escalones' y, a pesar de ser un auténtico paraíso, a menudo permanece escondida entre otras calas más populares, como Vallpresona y la del Senyor Ramon. De hecho, es una pequeña joya que contiene la esencia de la Costa Brava: está rodeada de rocas y pinos y el agua es absolutamente cristalina. Aunque el acceso no es excesivamente difícil –pero complicado si tienes vértigo–, es más fácil encontrar embarcaciones que gente tomando el sol o buceando. Hacednos caso y visitadla. ¡No os arrepentiréis!

Platja Fonda
Sa Barraca

6. Platja Fonda

Platja Fonda es una de las calas más curiosas de la Costa Brava: está a los pies de un acantilado que le da sombra, rodeada de una gran 'pared' que la protege. Y, de hecho, para acceder tendréis que bajar unas cuantas escaleras. Aunque durante los meses de verano a veces vemos un chiringuito, es como un escondite salvaje. El agua presenta tonalidades oscuras, debido al color de la arena (oscura y gruesa) y la sombra de la roca. Se ha de ver. 

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Cala Tavallera
© Carles Palacio

7. Cala Tavallera

Una de las playas más inaccesibles de la Costa Brava. Hemos pasado de la arena blanca a las piedras rojas y por fin llegamos a las rocas negras del Cap de Creus. El punto más oriental de la Península Ibérica –aunque fuera Alicante quien se apropiara del eslogan "Amanecer de España"– es también la parte más salvaje de la Costa Brava, una auténtica Finisterre tan espectacular como traidora, sembrada de ruinas de hace mil años y todavía muy celosa de sus secretos mejor guardados. Uno de ellos, que compartiremos generosamente con vosotros, es la Cala Tavallera, situada a unos dos kilómetros del Port de la Selva pero sólo accesible a pie a través del GR11, el sendero que conecta el Mediterráneo con el Atlántico. En algunos blogs y guías aseguran que es accesible en cuatro por cuatro, pero de toda la vida la forma más segura para llegar sin dejarse los cuernos ha sido mediante una caminata de unas dos horas que culmina en un merecido premio: una cala prácticamente desierta en verano e invierno, donde hay un refugio para pernoctar y los amaneceres tienen gusto de nacimiento de un mundo nuevo. El fondo marino es espectacular y cuenta con una espesa pradera de posidonia. En pleno verano se reúnen muchas pequeñas embarcaciones, pero a principios o finales de temporada seguro que no os encontráis a nadie. Para asegurarse de que el refugio está en buen estado y disponible, lo mejor es llamar al ayuntamiento.
La Banyera de la Russa
© Carles Palacio

8. La Banyera de la Russa

Los paisajes de este tramo de la Costa Brava central son brutales, pero la historia que los rodea es aún más extravagante. Este pequeño entrante en receso de los acantilados bajo el castillo de Cap Roig, situado entre Mont-ras y Calella, se llama así porque la dueña del paraje, la señora Woevodsky, bajaba en burro para bañarse desnuda. Que la mujer no fuera rusa sino británica no nos estropeará ni la leyenda ni la excursión por los senderos que descienden desde el jardín botánico de la finca hasta este entrante de roca rojiza, de aguas siempre tranquilas e inmensa soledad, oficialmente registrado como cala Massoni. A pocos metros en dirección sur encontraremos la cala del Crit, que toma este nombre de una leyenda de piratas y, poco después, la de la Fontmorisca, que como su nombre indica contiene una fuente y había más piratas. Aún más al sur está la cala del Vedell (ternero), que hasta hace pocas décadas alojaba una colonia de estos mamíferos marinos, ahora ya desaparecidos en el Mediterráneo. Las tres calas pertenecen a Mont-ras, un pueblo varios kilómetros tierra adentro que le compró un pedazo de costa a Palafrugell para que sus jóvenes pudieran hacer la mili en la Marina Real. Los flecos de esta compraventa se arrastraron hasta hace poco: Palamós, Mont-ras y Palafrugell pelean durante años por la titularidad de las Illes Formigues, un archipiélago de pocos metros cuadrados que le ha costado la vida a muchos marineros.
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Cala Jugadora
© Toniflap/Shutterstock

9. Cala Jugadora

Salvador Dalí y Josep Pla ya nos hablaban de ella, pero poca gente la ha visto con sus propios ojos. Hay que llegar hasta el faro del Cap de Creus desde Cadaqués por una carreterita que llama a la prudencia y, desde allí, descender a pie por el lecho seco de un arroyo unos 30 minutos para llegar a un paraje amabilísimo, de suaves contornos redondeados por matas de retama, muy diferente del escuadrado aspecto de otros entrantes de esta costa salvaje. Probablemente el nombre juguetón de esta cala proviene de la dulzura del paisaje: nos encontraremos un acogedor rincón de arena que da a un brazo de mar protegido de la tramontana con unas aguas totalmente transparentes y quietas que alojan una extensa pradera de posidonia –recordad que está protegidíssima–. Es muy, muy, muy bonita y, si os quedáis a dormir una noche de principios de verano, el sol sobre vuestras cabezas al amanecer os hará vivir uno de esos momentos intensos de la vida.
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