
1. Cala Estreta
Para algunos es, sin lugar a discusión, la mejor playa salvaje de la Costa Brava. Los del Alt Empordà tienen el Cap de Creus y los del Baix Empordà, la Cala Estrecha. Es inmensamente más modesta pero resulta muy adecuada para el 'Empordanet', donde Josep Pla habría considerado de muy mal gusto cualquier tipo de exceso y opulencia. La buena noticia es, a la vez, mala: durante el verano, el tráfico rodado está prohibido y para llegar hay que caminar unos 45 minutos desde la playa de Castell por el camino de ronda o bien –atención– sólo 20 si remontáis el camino de servicio que pasa por debajo de las torres eléctricas desde el aparcamiento de Castell. El esfuerzo, sin embargo, es directamente proporcional a la espectacularidad de este conjunto de calas nudistas, luminosas, abiertas a Levante y muy aptas para mañanas soleadas de invierno, que incluso en pleno verano permanecen relativamente tranquilas debido al paseo que hace falta para llegar. Si en la caseta de pescadores, que data del siglo XV, encontráis a un señor de pelo canoso, saludadlo: se llama Quico y vive allí desde hace años. No tiene televisión ni radio porque dice que dispone de una pantalla de infinitas pulgadas enfocada al horizonte, pero os indicará a qué roca hay trepar para encontrar unas rayas de cobertura móvil según tengáis una u otra operadora. Sólo os podemos decir una cosa más: tenéis que ir al menos una vez en la vida.