Es Codolar
Foto: Goran BogicevicEs Codolar

Las mejores playas de la Costa Brava para visitar en verano

En la Costa Brava encontraréis playas para todas las necesidades: familiares, más aisladas, bien comunicadas...

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Pocos territorios pueden compararse a la Costa Brava en cuanto a lugares de baño idílicos al alcance de la mano y cosas por hacer en la misma zona. En la costa gerundense encontramos playas sorprendentemente vírgenes, otras que equilibran delicadamente urbanismo y paisaje y muchas muy populares, pero nunca tan masificadas como para no poder plantar la toalla. Escoged una u otra de nuestra lista según los vientos, si vais con niños o la distancia a pie para llegar hasta ella. A partir de aquí, solo nos falta decir que vigiléis con el sol... ¡Y a disfrutar de la fantástica Costa Brava!

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Situada en un entorno idílico de rocas y pinos, la cala de Illa Roja es una de las playas más originales y desiertas de la Costa Brava: se caracteriza por sus aguas transparentes, porque está presidida por una prominente isleta rocosa de un color rojizo que le da el nombre y por ser una playa nudista de prestigio internacional frecuentada por turistas extranjeros. Es un lugar tranquilo, sin aglomeraciones, con arena de grano grueso y color dorado, con una pendiente de entrada en el mar bastante pronunciada. El acantilado, que la divide en dos, tiene unos 150 metros de extensión, y cambia tanto según las mareas que puede hacer que la isla rocosa quede unida en tierra o bien flotando muy cerca de la playa. 

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La playa de Castell empezó a ser conocida durante la primera mitad de los 90, cuando las movilizaciones de los vecinos y vecinas de Palamós hicieron posible mantenerla libre de urbanizaciones. Desde entonces se ha convertido en una de las últimas playas extensas vírgenes de la Costa Brava. Con forma de media luna rodeada de bosques y campos de cultivo, y con la desembocadura de una riera justo en medio, esta playa permanece tal y como la vieron nuestros abuelos. El arenero tiene una longitud de 375 metros por unos cuarenta de anchura y, el hecho de encararse directamente hacia el sur, le proporciona una buena protección contra los vientos dominantes a la zona. La playa es ideal para los niños, puesto que la pendiente de entrada en el mar es poco pronunciada y el fondo marino es de arena.

 

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Situada entre la Escala y Sant Martí d’Empúries, la playa del Portitxol es un bello arenero rodeado por un bosque de pinos que llega prácticamente hasta la orilla de mar. Esta playa de la Costa Brava de aguas tranquilas y fina arena dorada tiene una longitud de 230 metros y está protegida a ambos lados por formaciones rocosas: por el sur, la Punta dels Coves, tapizada de pinos y con grandes rocas de formas curiosas que se sumergen en el mar; y por el norte, los acantilados conocidos como Muscleres Petites, que la separan de la playa vecina de Les Muscleres o del Convent. Estas formaciones protegen la Platja del Portitxol a la vez que generan una zona de aguas reposadas y poco profundas, una especie de gran piscina ideal para remojarse sin zambullirse o porque jueguen los niños.

 

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De las playas de la Costa Brava, una de las más animadas y concurridas se encuentra en medio del centro urbano, justo junto al puerto: la Platja Gran de Palamós. Esta playa está formada principalmente por arena fina y tiene una longitud de unos 575 metros. De hecho, su ubicación y tamaño la hace la playa principal del municipio y normalmente hay bastante gente. La bahía de Palamós está protegida de las olas por el gran espigón de levante del puerto y, por eso, es idónea para los deportes náuticos y las experiencias en vela. Si os fijáis es muy fácil encontrar pequeñas velas blancas y esto es señal que se está celebrando una regata.

 

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La playa de Santa Cristina es prima hermana de Treumal: estas dos playas de la Costa Brava están separadas por un pasillo natural formado por unas rocas llamadas Punta des Canó. Está situada en el término municipal de Lloret de Mar, entre los acantilados del Jardín Botánico Piña de Rosa y el pinar que rodea el camino que lleva a la Ermita de Santa Cristina. El hecho de estar entre dos cerros la resguarda de los vientos y oleadas, y así el agua a menudo está calmada. Esta playa de arena fina se extiende 450 metros de largo y en general se respira un ambiente tranquilo y familiar, ideal para ir con niños. El pintor Joaquim Sorolla inmortalizó la luz, los verdes y los azules de Santa Cristina en uno de sus cuadros más rabiosamente mediterráneos.

Playa de Empúries

Por mucho que vayamos a pasar el domingo con bocadillo y periódico deportivo, uno no puede dejar de emocionarse un poco por todo lo que significa esta playa. Allí desembarcaron fenicios, griegos y romanos y levantaron sus ciudades; más tarde el románico dejó también huella en forma del poblado medieval de Sant Martí d'Empúries, y el siglo XXI nos procura cosas más pragmáticas pero necesarias, como chiringuitos y hoteles belleépoque con huerto propio. De cientos de metros de largo, es una opción fantástica para el descanso después de visitar el yacimiento de ruinas griegas y romanas y comer un arroz en la Escala.

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Cala del senyor Ramon

La Cala del Senyor Ramon es la playa nudista por excelencia del Baix Empordà. Una generosa franja de arena gruesa se vierte en un mar totalmente abierto a levante y dos paréntesis de roca la cierran al norte y al sur, como para preservar la intimidad de los bañistas. De hecho, la Cala del Senyor Ramon solo es accesible desde el mar y desde un camino que salva un desnivel de cientos de metros a través de una finca privada y acaba en una explanada cerca de la playa donde os cobrarán 6 euros por aparcar. Podéis dejar el coche gratis arriba del todo, pero la vuelta, después de una mañana de sol, es garantía de lipotimia. Conectada en el mundo solo por la tortuosa carretera de Tossa a Sant Feliu de Guíxols, es la típica playa ideal para llevarse el bocadillo y la nevera y disfrutar todo el día bañándose, haciendo snorkel y jugar a detectar mirones con prismáticos escondidos en el bosque cercano.

Playa de Sant Pere Pescador

Otra playa inmensa, esta vez de más de seis kilómetros, donde podremos encontrar un rincón tranquilo entre las dunas incluso en pleno verano. Junto a los Aiguamolls de l'Empordà, extendida en la llanura formada por la desembocadura del Fluvià, forma parte de la bahía de Roses pero el hecho de estar alejada de los núcleos urbanos más populosos la convierte en una de las menos masificadas de esta zona y uno de los pocos lugares de la Costa Brava donde está expresamente autorizada y regulada la práctica del kitesurf. También es perfecta para todo el resto de deportes de vela, ya que está extraordinariamente abierta a todos los vientos. El paraíso de los que sobrevuelan las olas puede ser, a veces, un poco traidor para los que se bañan, pues se experimentan fuertes corrientes y la prudencia siempre es poca. Cuenta, sin embargo, con un fuerte despliegue de efectivos socorristas, así que relax.

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Es Codolar

Esta cala, milagrosamente preservada, ha tenido muchas vidas. Ha sido puerto seguro a cobijo de la tramontana y el levante, y también el sueño –o la pesadilla, para quienes estaban en contra– de especuladores que querían convertirla en puerto deportivo. En pocos lugares de la costa es tan visible la huella de la historia como en esta pequeña playa de guijarros de unos 80 metros de largo, encajada a los pies de una de las torres de vigía del recinto medieval de la Vila Vella de Tossa de Mar, en la falda de un acantilado que se desploma unos 50 metros. En verano vale la pena ir pronto y marcharse a mediodía, cuando el sol está en lo más alto y aprieta. Como para llegar hay que cruzar el recinto amurallado y bajar un buen tramo de escaleras, las familias a menudo ni se plantean el ir y las mañana de agosto se convierte en uno de los sitios favoritos de la juventud local y visitante. Las barquitas de pescadores, que le acaban de dar el toque ideal, no son atrezzo aunque lo parezcan, sino propiedad de algunos viejos lobos de mar que todavía salen de madrugada a tirar el anzuelo.

Platja de Castell

Es la playa que vio nacer 'Mediterráneo', de Joan Manuel Serrat. Una movilización popular masiva salvó el paraje de la urbanización y en Castell pervive intensamente el paisaje virgen y la leyenda. Las dos casas nobles que la flanquean a norte y sur alojaron a personalidades como Marlene Dietrich o Salvador Dalí. Se llega desde la autovía de Palafrugell a través de un camino en buenas condiciones pero que invita a la conducción prudente. Pagad el aparcamiento sin pesarlo: la recaudación se reinvierte íntegra en la conservación del paraje. Disfrutad del carrizal de la riera de Aubí y los patos y anfibios que viven, haced un picnic bajo el pinar impenetrable por el sol, subid al poblado íbero de la Punta de la Corbetera, perdeos por el bosque en busca de la Caseta de Dalí, que tiene la puerta surrealistament torcida; visitad las calas cercanas donde hay rincones impresionantes y ni una línea de cobertura de móvil. En verano hay aseos, chiringuito y alquiler de kayaks, pero también es la playa ideal para el invierno, pues queda totalmente resguardada de la tramontana.

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Sant Pol

Esta maravillosa bahía en las afueras de Sant Feliu de Guíxols es la playa de la infancia de muchos de nosotros. Asaltada por el ladrillo en los últimos 30 años, le queda todavía mucha belleza: las casas de los indianos en primera línea, el elegante recinto de S’Agaró Vell, el suntuoso Hostal de la Gavina dando la entrada a uno de los tramos más espectaculares del Camí de Ronda. El resultado es una cómoda playa urbana con un apagado, muy controlado, toque silvestre, sobre todo en las rocas y en las calas situadas en el extremo sur. Por las noches, todavía se encuentra el encanto de la Costa Brava más elegante, con las familias extranjeras paseando arreglados para cenar. Hay que destacar dos cosas: primera, es la playa de Sant Pol, no de S’Agaró. S’Agaró es el paraje que se extiende tierra adentro hacia la Vall d’Aro y es, sobre todo, un nombre comercial. Segunda, su estratégica situación en las afueras del municipio pero en un entorno civilizado convierten Sant Pol en la playa ideal para bañarse de noche, sobre todo en el rincón al abrigo del muro en el extremo sur.

Cala Rovira

Después del infierno en el que puede convertirse la playa grande de Platja d’Aro en pleno verano –de acuerdo, exageramos un poco: en dos kilómetros de playa de más de 50 metros de ancho, algún rincón habitable encontraréis incluso en el pico de agosto– el hallazgo de Cala Rovira, siguiendo por el Camino de Ronda una vez pasada la roca del Cavall Bernat, se siente físicamente como una bofetada de belleza. Raramente la encontraréis vacía, pero es tan bonita, tan inverosímilmente blanca, verde y azul, que ni siquiera unos inoportunos apartamentos que se asoman entre los pinos y las numerosas familias que se acercan hasta allí nos podrán estropear la primera impresión. Si a pesar del aspecto idílico del paisaje, no podéis sufrir a los jugadores de palas, la Rovira es también la puerta de entrada de una serie de calitas –Sa Cova, El Pi, Els Canyers, Belladona– rocosas y de vocación libertina donde se puede disfrutar, con tranquilidad de reptil, de una lectura sentados a pelo sobre una roca caliente.

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Platja del Canadell

Sí, ya sabemos que es una de las playas de la Costa Brava con más alta densidad de toallas por metro cuadrado en el pico del verano, pero no nos diréis que, en invierno y hasta San Juan, no es una auténtica delicia. Este antiguo pueblo de pescadores reconvertido en meca estival de las clases adineradas catalanas no ha perdido el encanto por el camino, y ver a la gente –allí todo el mundo es guapo– que sale de casa con el bañador puesto y se lanza al agua tiene su gracia, aunque sólo lo podamos disfrutar de manera vicaria. La oferta de restaurantes y bares es casi infinita, pero invariablemente cara: Calella es uno de los destinos de mayor categoría de la Costa Brava. La forma de vivir "mediterráneamente" se inventó aquí en una tarde de un lejano mes de agosto.

Cala Tavallera

Hemos pasado de la arena blanca a las piedras rojas y por fin llegamos a las rocas negras del Cap de Creus. El punto más oriental de la Península Ibérica –aunque fuera Alicante quien se apropiara del eslogan "Amanecer de España"– es también la parte más salvaje de la Costa Brava, una auténtica Finisterre tan espectacular como traidora, sembrada de ruinas de hace mil años y todavía muy celosa de sus secretos mejor guardados. Uno de ellos, que compartiremos generosamente con vosotros, es la Cala Tavallera, situada a unos dos kilómetros del Port de la Selva pero sólo accesible a pie a través del GR11, el sendero que conecta el Mediterráneo con el Atlántico. En algunos blogs y guías aseguran que es accesible en cuatro por cuatro, pero de toda la vida la forma más segura para llegar sin dejarse los cuernos ha sido mediante una caminata de unas dos horas que culmina en un merecido premio: una cala prácticamente desierta en verano e invierno, donde hay un refugio para pernoctar y los amaneceres tienen gusto de nacimiento de un mundo nuevo. El fondo marino es espectacular y cuenta con una espesa pradera de posidonia. En pleno verano se reúnen muchas pequeñas embarcaciones, pero a principios o finales de temporada seguro que no os encontráis a nadie. Para asegurarse de que el refugio está en buen estado y disponible, lo mejor es llamar al ayuntamiento.

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Playa de Pals y La Gola del Ter

Ya lo sabemos, es una de las playas de apariencia más atlántica del litoral gerundense. Durante un par de kilómetros, las rocas y los acantilados dejan paso a una playa de arena blanca y fina y dunas de altura notable rota por la desembocadura del Ter y que se extiende hasta los pies del macizo del Montgrí y las Illes Medes. De norte a sur –la única manera de recorrer así la playa es hacerlo andando– encontramos, primero, la playa del Racó, al final de los acantilados de Begur; la playa de Pals, honda, de horizonte abierto y perfecta para hacer deportes de vela; la playa de Mas Pinell, cómoda y urbanizada, la Gola del Ter, un rincón cambiante según las estaciones donde hay una playa para perros y, ya cerca del Estartit, la playa de Riells, que limita con los Humedales del Empordà. Esta llanura fluvial es perfecta para las excursiones en bicicleta desde Torroella de Montgrí, ya que en verano la circulación y el aparcamiento pueden ser una misión imposible.

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