La brama del cérvol
Foto: Teatre Lliure | La brama del cérvol

Reseña

La brama del cérvol

4 de 5 estrellas
La Calòrica lo vuelve a hacer, esta vez con una obra que se burla de los urbanitas que buscan encontrarse con la naturaleza mientras mete el dedo en el ojo al m
  • Teatro
  • Crítica de Time Out
Andreu Gomila
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Time Out dice

Els ocells supuso un antes y un después para La Calòrica, sobre todo a nivel estético, porque por primera vez, entonces en la Beckett, pudieron levantar un montaje a la altura de sus posibilidades. Porque cuentan con unos actores y actrices magníficos, muy finos con la sátira, con la comedia descarada, un dramaturgo de primera y un director que aspira a las grandes ligas. Seis años más tarde, tras De què parlem mentre no parlem de tota aquesta merda, una inmersión en el conflicto climático y en su vida como compañía, y Le congrès ne marche pas, una fábula sobre los fundamentos capitalistas de nuestro mundo, vuelven a volar.

Y lo hacen con una obra, La brama del cérvol, que, cuando crees que ya no puede ir más lejos, da otra vuelta de tuerca para alcanzar la cima, en el mismo Teatre Lliure, con Alberto (Aitor Galisteo-Rocher), un director de escena veterano, llorando desconsoladamente porque ha robado mucho, ha robado tanto. Las escenas que hablan del mundo teatral local, incluidos ellos mismos, desmontan mitos, refuerzan otros y hacen que tanto el recién llegado como el que lo conozca de cerca no puedan parar de reír.

Joan Yago, el dramaturgo, nos ha metido en una montaña rusa donde su metralleta de gags dispara sin parar

Antes del llanto han pasado muchas cosas. Joan Yago, el dramaturgo, nos ha metido en una montaña rusa sin valles donde su metralleta de gags dispara sin cesar mientras nos sumerge en un hotel del Pirineo con un grupo de profesionales de las artes escénicas que comparte establecimiento con una pareja urbanita que busca conectarse con la naturaleza.

La compañía ya nos había demostrado que puede parecer multitud, por el fregolismo, por disponer de intérpretes capaces de cambiar de personaje en un abrir y cerrar de ojos, y aquí lo que hacen Xavi Francés, Mel Salvatierra y Oriol Casals (los dos últimos nuevos en la troupe) es una filigrana insuperable. Redescubrimos a una Esther López capaz de llevar el peso de la función sin despeinarse, a un Galisteo-Rocher que controla el tempo de la comedia y a una Júlia Truyol que sabe dar densidad y contundencia a un personaje pequeño.

Israel Solà, el director, debuta en una sala grande como la Fabià Puigserver aprovechando la maquinaria teatral a su gusto. Conoce muy bien las piezas de las que dispone y las exprime al máximo. No deja descansar al espectador con soluciones que son pura imaginación y que a menudo pasan más por el cuerpo y el gesto que por los fuegos artificiales. Tiene solo seis intérpretes en escena y consigue que parezcan veinte.

Y no, La brama del cérvol no es perfecta. El punto místico que busca se queda corto y pesa más la parodia que la sátira. Pero la pieza tiene una estructura formal deliciosa, de una metateatralidad maravillosa, tan o más contemporánea que la escena más vanguardista. Permite al espectador disfrutar de la experiencia de cómo se construye una historia. O bien quedarse con los chistes e irse a casa bien contento.

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Detalles

Dirección
Precio
12-32 €
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