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La historia de Irlanda en 10 obras

En los últimos tiempos, hemos tenido la oportunidad de veure de cerca la vida de la isla atlántica gracias a la cartelera de Barcelona

Escrito por
Andreu Gomila
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De Brian Friel a Connor McPherson, de Ferran Utzet a Ferran Madico, Oriol Broggi y Manel Dueso. En los últimos años hemos podido ver una parte importante de la historia de Irlanda en nuestros teatros. Desde el siglo XIX en 'Translations', hasta la contemporaneidad de 'El bon lladre', 'La calavera de Connemara' y 'En veu baixa'. Y no nos olvidemos de los clásicos Wilde y Joyce. Repasamos la historia de la isla a través de su teatro.

  • Teatro

Una mujer, Molly Bloom -la heroína infiel del 'Ulises' de Joyce- en una noche de insomnio y tumbada en la cama junto a su marido, Leopold, que duerme profundamente, deja fluir entrega sus pensamientos más íntimos. En este discurso ininterrumpido pasa revista a su pequeño entorno vital, se recrea en sus recuerdos, formula deseos lascivos, fantasías y sueños. Manifiesta esperanzas y expresa sus sentimientos y opiniones. Emergiendo de la frustración o la resignación ante una realidad humana decepcionante. El sentido del humor y el erotismo envuelven este soliloquio que nos acerca a una realidad femenina inquietante.

Cuando se ríen de los ingleses: El fantasma de Canterville
  • Teatro

El empresario estadounidense Hiram B. Ortis se traslada junto con su familia a un antiguo Castillo cerca de Ascot, Inglaterra. Lord Canterville, dueño anterior de la mansión, advierte los nuevos habitantes que el fantasma de Sir Simon Canterville huelga por la casa desde que asesinó a su esposa, Lady Eleonore. Pero los nuevos inquilinos, el señor Otis, su esposa Martha y su hija Virginia, no hacen caso de la advertencia, sino que se burlan constantemente de él, aunque el fantasma intenta perturbar la paz de la familia por activa y por pasiva, para mantener su reputación y su honor. Una obra de Oscar Wilde que demuestra que uno de los deportes nacionales de los irlandeses es reírse de los ingleses. O, como decía el mismo escritor irlandés, "ser más ingleses que los ingleses".

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El irlandés Martin McDonagh es un autor que no conoce la piedad. Sus personajes son anónimos terribles, con la simpleza que no está reñida con la picardía y un peculiar sentido común. Un universo humano también muy querido por los Coen y Mackendrick. Violencia y candidez, inquina y generosidad. En 'La calavera de Connemara' el protagonista –víctima resilente de la maledicencia– es un pobre hombre, sepulturero ocasional. Personaje de un spin-off de un dramatis personae de Shakespeare. En La Villarroel este hombre es un extraordinario Pol López. Conquista con unas armas interpretativas en los antípodas de ese pura sangre llamado Oriol Pla, su partenaire en esta función.

Los dos se complementan en una relación que podría recordar a la que mantienen carablanca y Augusto. Quizá Iván Morales ha cargado con su dirección demasiado las tintas sobre esta energía circense que le sienta como un guante a Pla –desplegando todo su repertorio de talentos naturales– y que acaba por comerse el texto y el personaje (un joven que podría estar diagnosticado de TDAH). Sólo López parece inmune e incólume a ese aliento desatado, concentrado en respetar y comunicar la sutil tragedia de un hombre con pocos recursos para escapar del rumor del pasado. Excepto el alcohol y una ironía natural.

El hampa: El bon lladre

En el mundo del hampa también hay clases. Y el protagonista de la obra del irlandés Conor McPherson, 'El bon lladre', pertenece a la más baja, encargada de asustar y pegar a la gente, pero no más. Murray, a quien le han robado la mujer (pobre Greta!) hace los encargos. Él actúa, pero nunca sabe por qué hace lo que hace.

Desde el extremo de la barra del bar del Romea, mirando a los ojos de los espectadores y mojando con whisky su parlamento, nos cuenta una parte de su vida, desnuda su miseria. Una aventura de serie negra digna de Dashiell Hammett con que Josep Julien nos brinda una fenomenal interpretación.

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El conflicto entre protestantes y católicos en Irlanda del Norte duró 30 años y generó miles de víctimas. La paz del Acuerdo del Viernes Santo de 1998 cerró las hostilidades pero no podía curar las heridas. 'En veu baixa' muestra el encuentro de un hombre que perdió el padre en un atentado y quien tiró la bomba cuando ambos tenían dieciséis años. La obra de Owen McCafferty es un grito a favor del difícil perdón.

Una conversación dirigida por la víctima, un Francisco Garrido en estado de gracia, que explora las circunstancias precisas del hecho en el mismo pub donde sucedió y con un camarero polaco como testigo.

El pub: La presa

El pub: La presa

El bautizo del irlandés Conor McPherson entre nosotros no podía haber sido más acertado con la puesta en escena que Manel Dueso hizo en 1999 en el Teatre Romea de una de sus obras más exitosas, 'La presa', que hace cinco años volvió a la cartelera con la mirada de otro director, Ferran Utzet, y en un espacio tan singular como la Biblioteca. 'La presa' es un texto de actores pero en el que cuenta mucho la idea global del director. Al fin, se trata de acercarse a un bar de pueblo, un pub si vamos a las raíces del autor, donde encontramos el mecánico Jack (Ramon Vila), su ayudante Jim (Òscar Intente) y el camarero Brendan (Armand Villén), y donde esta tarde noche se presentará el hombre de negocios del pueblo Finbar (Jordi Coromina) con una insólita compañía, Valerie (Montse Germán), una joven de Dublín que ha alquilado una casa en el pueblo. La excitación masculina es el elemento distintivo de una velada bien rociada con cerveza y whisky en la que cada uno de los presentes explicará alguna historia o leyenda de carácter misterioso, hasta que la forastera exponga la desgarradora razón que la ha llevado hasta allí buscando paz y tranquilidad. La atmósfera del local y la capacidad de transmitir lo que hay de extraordinario en las historias es fundamental para el éxito de la aventura.

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La gente de Dublín: Dublin Carol

La gente de Dublín: Dublin Carol

La Beckett dedicó un ciclo a Connor McPherson en 1999, con Manel Dueso dirigiendo 'Dublin Carol', una pieza del autor irlandés donde un viejo Dueso, que trabaja en una funeraria, recibe la visita de una mujer joven a quien hace diez años que no ha visto. La llegada de la mujer y la conversación con la juventud servirán para hacer un repaso de las decisiones que ha tomado (y las que no) y que han configurado su vida tal como es. Un excelente trabajo actoral de Dueso y Àurea Márquez al servicio del conflicto que plantea el cuento de Navidad del irlandés.

Es posible que la obra de Brian Friel sea más grande que otra puesta en escena primorosa del recuerdo de los días de verano del 36 en casa de las hermanas Mundy. El último agosto con la angustia sujeta, antes que irrumpa la tragedia por capítulos, con Kate aún no rendida del todo a la amargura. Una Bernarda Alba irlandesa con el corazón por ennegrecer.

Pero es difícil sustraerse al influjo de unos personajes tan luminosos –con todos los matices de luz y sombras– y a la melancolía del que regresa a los últimos días de una niñez dorada, ajena a los dramas de sus mayores. Como Pere Planella en el 1993 en el Lliure, ahora Ferran Utzet en la Biblioteca ha optado por no resistirse a esa poderosa corriente y ha creado un espectáculo a mayor gloria de sus actrices y actores.

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La primera escena de 'Els cors purs' ilusiona. Quizá nos invitan a un universo próximo al relato 'Los muertos' de James Joyce, el título final de 'Dublineses'. La reunión de amigos, la dulce melancolía subrayada por la música, las trincheras morales, la nieve que copo a copo entierra el paisaje de Irlanda. Se intuye mucha belleza en lo que está por venir.

La historia de la madre que induce a su hijo al parricidio en un entorno de luchas políticas en un momento de auge del nacionalismo irlandés quizá le conviene una menor ambición teatral y carga estética en su puesta en escena. Es imaginable como lectura dramatizada entre las piedras de la Biblioteca de Catalunya. Una sesión en un círculo de complicidad, con los mismos buenos intérpretes (actores, actrices, músicos) que suben al escenario del Romea, con la misma –o incluso aumentada– selección musical, con la misma preciosa voz de Miranda Gas, aportando sensibilidad y evocación al cancionero irlandés.

Ya no estamos acostumbrados a ver montajes como este, con grandes historias contadas a fuego lento, con delicadeza, con un actor por personaje, lo que nos permite ver cómo crece, cómo cambia. La obra de Brian Friel tiene esta capacidad irlandesa de cautivarte a nivel melancólico, de hacerte olvidar de todo lo que has vivido antes de entrar al teatro. Con el director, Ferran Utzet, que te acaricia con un guante de terciopelo con las miradas del Teniente Yolland (magnífico Ivan Benet), la locura del maestro Hugh (acertado Ramon Vila) o la transformación emocional de Owen (camaleónico David Vert) .

Nos habla de Irlanda, 1833, y quizás le sobra el tono pedagógico, con los apartes históricos. Y habla de nosotros, no del país, sino de las emociones que sentimos, el bien y el mal, el amor y el compromiso.

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