Hasta el último acto de 'La nostra ciutat', tenemos la sensación de estar viendo una obra correcta, nada más, que es un clásico estadounidense del siglo XX escrita por un excelente dramaturgo, con un equipo de sólidos intérpretes, sí, pero que no nos cuenta nada extraordinario ni nada que no hayamos visto antes. Hasta que el narrador metateatral (Rosa Renom) deja que las cosas pasen y la tragedia estalla, hasta que Emily (Paula Malia) concentra las miradas y podemos religar la historia.
Con una excelente iluminación, una coreografía milimetrada y cinco notas tocadas al piano, el director, Ferran Utzet, nos sumerge en un momento clave de toda vida tal como sabe hacer él, con emoción, una emoción humana, sin las estridencias del teatro mal hecho. Los intérpretes lo exploran a media voz, sin aspavientos. Y el espectador desganado que ha estado viendo la pieza sin entusiasmo, cae rendido.
Renom es una magnífica narradora en un papel que hace veinte años interpretó Paul Newman en Nueva York
El camino de en medio es arduo. Porque no podemos evitar contemplar el montaje, desnudo, con escasa escenografía (solo dos escaleras de mano que son marca de la casa en muchas producciones de la obra), como algo superado, conservador, sin una gran poética detrás.
Para la época, la obra de Thorton Wilder fue un gran paso adelante (se estrenó en 1938). Pide un reparto amplio (quince actores y actrices, en Lliure) y una voz coral que no se puede romper. Renom es una magnífica narradora en un papel que hace veinte años interpretó Paul Newman en Nueva York. Mercè Pons, Rosa Boladeras, Carles Martínez y Xavier Ripoll también salen adelante. Pero son Malia y Guillem Balart quienes llevarán la pieza hasta el final.
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