La Plaza Real como nunca la habíais visto Pocos se acuerdan, pero las Filipinas fue el primer país que liberarse del dominio imperialista en 1898, antes de que Cuba. Es casi inevitable volver si se hace un café con el cónsul honorario del país de las 7.000 islas. El diplomático luce un pin en la solapa, la bandera roja y azul coronada por el sol que le Embrun la piel cuando viaja a Manila o retorna al Palamós natal. Y estreno local, instalado entre las cuatro paredes que alojaban el Bar de la Peña del Espanyol, sobre el restaurante Les Quinze Nits. Sigue siendo el receso de calma desde donde antes se observaba la noche salvaje de la plaza Reial, cubata en mano. Ahora abren desde la mañana hasta la tarde, pero en marzo alargarán hasta el anochecer, y quien quiera hacer un Manila Sunshine antes de cenar, se detendrá el Philippines Club.Club. Lo habéis leído bien. Se accede por una escalera negra total que arranca del pasaje de Madoz, los escalones, desgastados, en las paredes, instantáneas de la plaza porticada. Llega al principal y, si acierta la puerta, premio; quien se equivoca, entra en el consulado, y de un lado a otro por la "puerta falsa" que utiliza el consuelo. El premio tiene forma de luces de época, techos policromados y maderas decapadas, de vista diáfana sobre una plaza que renace. Pregunta obligada: ¿cómo puedo hacerme socia? Es un club de filipinos y para filipinos abierto al resto de gente, detrás del cual está la esencia interiorista del grupo d
"En los 90 esto era un descampado. Ahora está lleno de rascacielos, como el Sónar y el Primavera Sound". El periodista Héctor Castells (Barcelona, 1974), autor del libro 'Sideral. Estrella fugada' (Editorial Contra, 2013), ejemplifica así la evolución de la escena musical y nocturna de Barcelona.
Un libro, ahora y aquí, relevante: a partir de la zigzaguenate vida del malogrado Aleix Vergés, DJ Sideral, (1973-2006), Castells glosa, por primera vez en un libro, un pequeño cruce de donde salieron cosas muy grandes; del apareamiento barcelonés de electrónica y pop a mediados de los años 90 nació la escena de clubes y los grandes festivales.
Castells explica que no "eligió escribir la biografía, sino que el libro lo "cogió por la solapa": "Me pegó una patada en los huevos y me obligó a escribirlo". Porqué el biógrafo, aparte de haber vivido la movida del incipiente Nitsa, era amigo de la infancia y juventud de Vergés. Hacer el libro lo ha dejado extenuado: ha cumplido la tarea, periodística pero también atrevida, de ponerse en los zapatos y los sentimientos del círculo íntimo del fallecido. Y se ha atrevido: "Nos hicimos íntimos a los doce años, y mi padre tenía una enfermedad terminal. Me quedé un poco autista. Con su empatía él me sacó del pozo, y vi el mundo a través de sus ojos". La empatía es un rasgo clave de la relación de Vergés con sus amigos, pero también con el público: "Es indiscutible que su gran virtud era que conectaba con la pista. No preparaba las sesiones, sino que las construía según la pulsión de la pista", valora Sideral, a quien el libro describe como "un Bowie marciano de dos metros en las cabinas de los clubes".
El pánico escénico
Como DJ, fue una figura que por carisma y talento galvanizó la noche barcelonesa en algo nuevo. En el 93 "ya tuvo claro que el futuro de la noche pasaba por la mezcla de pop y electrónica", recuerda Castells del momento en que Vergés tuvo claro que quería ser DJ. Aunque comenzó con una técnica muy pedestre, Castells rememora las incipientes sesiones de Vergés en el Nitsa de Joan Llongueras como seminales y decisivas, la primera vez que alguien ponía sobre la mesa un abanico de electrónica hasta entonces nunca vista en Barcelona.
El libro abunda en el momento de inflexión en el que priorizó su vertiente de DJ por el de guitarrista y cantante del grupo Peanut Pie, ganadores del concurso de maquetas de Rockdelux del 1994 (y primera banda española en acercarse al sonido Manchester). Una elección, según Castells, fruto "de su pánico escénico". "Nunca se pudo hacer cargo de su presencia en los escenarios". Hasta el punto de no presentarse a la actuación de Peanut Pie en el BAM! Vivía una dicotomía traumática: la de alguien bendecido por un magnetismo innegable, sólo igualado por su pánico escénico. "Las cabinas fueron un refugio, una posibilidad de sobrevivir. Un espacio oscuro dónde, en vez de cantar su repertorio, que le avergonzaba, ponía discos de otra gente".
Cabe preguntarse sobre el riesgo de incurrir en la hagiografía, la mitificación. Son 568 páginas dedicadas a alguien que no pasó de los 33. "La idea no era mitificarlo, sino explicar las contradicciones. Era un tipo con una personalidad arrebatadora, poderosa". Con ritmo de trepidante novela de formación, rezuma la intención de explicar la historia propia. "Exacto. Una biografía es la historia de alguien que ha hecho algo, y la de otro que decide contarla", concede el autor. La próxima vez que se os haga de madrugada en el Apolo, pensad en Sideral.
Sideral. Estrella fugada
Héctor Castells
Editorial Contra. 568 pàg. 21 €