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Las playas y los pueblos más bonitos de la Costa Bermeja, un destino poco conocido del sur de Francia

Un recorrido de ocio y gastronomía por la fachada litoral de Colliure y otros pueblos de la Côte Vermeille

Ricard Martín
Escrito por
Ricard Martín
Editor de Menjar i Beure, Time Out Barcelona
Colliure, l'esglèsia al costat del mar
Foto: Shutterstock | Colliure, l'esglèsia al costat del mar
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Prepárate para un verano de masificación arenosa: con el pistoletazo de salida en los prolegómenos de la noche de San Juan, Cataluña espera unos 17 millones de turistas (es decir, 2,1 visitantes por cada catalán). Y ya puedes imaginar cómo estarán las playas: la de Barcelona será un apocalipsis de silicio, trap-reguetón y partidos de vóley-playa. Y las de la Costa Brava ya se habrán convertido en una colonia francófona y británica.

¿He dicho francesa? Ante este panorama, vale la pena hacerse la pregunta: ¿conozco la Costa Bermeja? Mucho menos famosa que sus vecinas y hermanas, la Costa Brava y la Costa Azul, el litoral del departamento de los Pirineos Orientales se extiende desde el sur de Argelès-sur-Mer hasta Cerbère: 60 kilómetros de playas protegidas, bañadas por un mar de azul turquesa que parece caribeño. Y si sigues un poco más hacia el norte, hasta Torreilles y Barcarès, te esperan magníficas extensiones de arena con dunas que son reserva natural (los horrores de cemento en primera línea de mar también existen, pero están mucho más contenidos que en nuestra casa, sin duda).

La Costa Bermeja cuenta con 60 kilómetros de playas protegidas

No, no vamos a venderte la moto de que la Costa Bermeja está vacía en temporada alta: aquí también hay muchísima gente. Pero la masificación es menor si la comparamos con enclaves como Roses y Santa Cristina d'Aro. Hay muchos motivos para visitarla: debes saber que aquí se encuentra la primera reserva natural marina de Francia, y la mayor concentración de campings de Europa. Por no hablar de una oferta gastronómica de primera categoría, hermana de la cocina catalana.

Torreilles
Foto: Ricard MartínTorreilles

Torreilles, dunas verdes junto al mar

Comenzamos el recorrido por el norte y vamos descendiendo. La tentación de establecer un paralelismo entre Torreilles y Castelló d’Empúries es grande, pero no lo haré. En el corazón de los Pirineos Orientales, y a tiro de piedra de la playa, Torreilles es una villa de origen medieval con muchos alicientes para visitarla. Para empezar, un encantador casco histórico, lleno de callejuelas donde refugiarse del sol abrasador.

Su playa también es una maravilla: una amplia lengua de arena salvaje desde la que se divisan los mencionados 60 kilómetros de Costa Bermeja, con una arena finísima y un telón de fondo de dunas protegidas y restauradas, así como unas aguas tranquilas de color turquesa que no tienen nada que envidiar a Cancún.

La platja de Torreilles
Foto: Ricard MartínLa platja de Torreilles


No solo podéis tumbaros allí: la desembocadura del río Bourdigou termina en una laguna de agua dulce y salada, con un tramo previo de cuatro kilómetros de parajes naturales y cañaverales ideales para hacer canoa y kayak en aguas tranquilas. Podéis reservar dos horas de actividad en la base náutica de Torreilles por 12 euros por adulto.

Base nàutica de Torreilles
Foto: Ricard MartínBase nàutica de Torreilles

La parte divertida es que la aventura marinera empieza antes de remar: para llegar a la base náutica, hay que cruzar un pequeño paso del río tirando de la cadena de una plataforma. Así, los brazos ya se van acostumbrando al pequeño esfuerzo del remo.

Comer y beber en Torreilles

La Baraquette
Foto: Ricard MartínLa Baraquette

Y después del ejercicio, la buena vida. Para comer, nos dirigimos al restaurante-club de playa La Baraquette (queda bastante por encima de lo que llamaríamos un chiringuito). Con los pies en la arena y la vista puesta en el espectáculo paisajístico de la extensión de dunas que se apagan a los pies del macizo del Albera, devoro una dorada salvaje a la brasa magnífica: todo el marisco y pescado que sirven aquí proviene de la lonja del puerto de Barcarès, y ningún alimento se ha producido a más de 50 kilómetros de distancia.

Todo el marisco y pescado que sirven aquí proviene de la lonja del puerto de Barcarès
La Baraquette
Foto: Ricard MartínLa Baraquette


Los Pirineos Orientales también cuentan con un rico patrimonio enológico. Si te interesa el vino, es imprescindible una visita al Domaine Pagnon, una bodega centenaria que trabaja con una sostenibilidad ejemplar. "Cerramos el círculo: hacemos la plantación, el cultivo, la elaboración, el embotellado de los vinos y el diseño de las etiquetas. Incluso la venta la hacemos directamente nosotros", me explica Pierre Pagnon, con su hermana Marie al frente de un negocio (muy) familiar, con 100 hectáreas de viñedo y una plantilla de ocho personas, todos parientes. De mayo a septiembre, la finca ofrece visitas guiadas los jueves de 10 a 12 horas.

Es un placer ver negocios como este, donde el romanticismo y las ganas de vivir ganan la partida a querer amasar billete

Para cenar, vale la pena acercarse a Buena Boca, un bar de vinos y tapas más que notable –tienen 150 referencias de vinos– sin nada que envidiar a los que podrías encontrar en Gràcia, donde conviven las tapas locales y de sabor vintage –muy buenos los mejillones gratinados con allioli, casi perdidos en Cataluña– con el cebiche. Un lugar muy recomendable, sobre todo teniendo en cuenta la calidad-precio y que sirven pescado y marisco fresco (aunque las carrilleras al horno estaban buenísimas).

Buena Boca
Foto: Ricard MartínBuena Boca

Canet-en-Roussillon, una marina con historia

Volvemos a ello: la tentación de establecer un paralelismo entre Canet-en-Roussillon y Empuriabrava es fuerte –poblaciones con marina, humedales, una playa enorme, mecas del turismo familiar– si no fuera porque Canet-en-Roussillon data de finales del siglo XVIII y tiene casco antiguo y lugares históricos de gran interés. Y también porque, a diferencia de Empuriabrava, que se ha convertido casi en una colonia alemana de veraneo, aquí se enorgullecen de su herencia catalana.

“La Francia catalana” es el encantador lema turístico que encuentras en tiendas y restaurantes. Si estás por Sant Joan, verás que celebran la llama del Canigó y el solsticio de verano con la alegría de los ramilletes de Sant Joan. Y para el 30 de agosto, la fiesta mayor, la Festa Catalana, hay una jornada dedicada a las tradiciones catalanas: sardanas, gigantes y castells.

Canet-en-Roussillon, Plage Sud
Foto: ShutterstockCanet-en-Roussillon, Plage Sud


La playa es un gran activo de esta población: nueve kilómetros de longitud impoluta y arenosa, a los pies de los Pirineos. Ideal para niños y personas mayores: de esas con el agua tan baja que, para que alguien se ahogara, tendrían que estrangularlo y enterrarle la cabeza en la arena mojada (disculpad el humor negro).

Además de tomar el sol, las opciones de ocio son muy abundantes: os recomiendo reservar un viaje en catamarán –el Navivoile ofrece paseos de una hora por la costa por 11 euros– para disfrutar de las preciosas vistas panorámicas del litoral de Barcarès, Saint Marie le Mer e incluso Collioure, si hacéis el viaje de dos horas. La elegancia y la sensación de ligereza de navegar en catamarán no tienen nada que ver con esas barquitas turísticas llenas de gente a las que estamos acostumbrados.

Vorejant Colliure en catamarà
Foto: Ricard MartínVorejant Colliure en catamarà


Y si cruzar el mar no es lo vuestro, no os preocupéis. Haciendo una pequeña excursión de tres kilómetros a pie desde el núcleo urbano, llegaréis a un pueblito de cabañas de pescadores, a la orilla de la laguna de Canet, un paraje natural lleno de fauna y flora protegidas. Bajo la majestuosa sombra del Canigó se alzan una decena de cabañas de pescadores restauradas, que se pueden visitar en temporada estival, de martes a domingo, de 9 a 19 h.

El poble de pescadors de Canet-en-Rousillon
Foto: ShutterstockEl poble de pescadors de Canet-en-Rousillon
Bajo la majestuosa sombra del Canigó se alzan una decena de cabañas de pescadores restauradas

Por cierto, no descartéis una visita a Oniria. El acuario de Canet-en-Roussillon sorprende desde el primer momento. De entrada, te sumerge en el viaje –inmersivo, claro está– que hace una gota de agua desde la atmósfera y a través de aguas dulces, manglares, arrecifes y abismos marinos, con juegos de luces, sonidos de tormenta y escenografías que atrapan, especialmente a los más pequeños. Es de esos lugares en los que entras pensando que será una atracción más y sales con una sonrisa satisfecha por lo entretenido y pedagógico que ha sido todo.

No solo hay peces: viven desde cocodrilos, pirañas y ranas de colores imposibles hasta pulpos inteligentes y medusas que parecen lámparas de lava vivientes. El espacio está muy bien cuidado, es moderno, bien climatizado (detalle de oro en verano) y con un discurso ecológico discreto pero persistente. Ideal para una escapada corta: por la mañana Oniria, al mediodía baño en la playa y cervecita al atardecer. Y si tienes niños, el éxito está garantizado.

Comer en Canet-en-Roussillon

La huella cultural catalana también se nota en la gastronomía, claro. Si queréis hacer fiesta grande, mi recomendación es que reservéis mesa en Can Marcel, un restaurante en primera línea de playa urbana, propiedad del chef Christophe Perrin. Este cocinero pertenece al prestigioso colectivo Toques Blanches, defensores del clasicismo y la tradición culinaria de la Cataluña Norte.

Can Marcel, la fideuà
Foto: Ricard MartínCan Marcel, la fideuà


Con esta premisa en mente, me puse a prueba con un mar y montaña de primera: una fideuà espectacular, servida en paella, donde la pasta tenía a la vez un tostado y un punto caldoso, casi al dente, rematada con un golpe de horno y una costra de lo más interesante. Empapados en un fumet potente, rape, gambas y sepia fresca compartían espacio con una salchicha muy picante. Y digo que me puse a prueba porque es un plato principal del que comen dos personas sin problema.

Aquí se viene a comer mucho y bien

Los mejillones gratinados con allioli también estaban excelentes. Can Marcel transmite una sensación de comer en la Costa Brava de hace 35 años: peces salvajes abundantes, y presentaciones un poco de los años 80 –pincho de calamares de calidad con palillos, y unas anchoas de primera manchadas con balsámico de Módena– sin la sofisticación ni los aires de menú minimalista y quirúrgico. Aquí se viene a comer mucho y bien.

Can Marcel, musclos gratinats
Foto: Ricard MartínCan Marcel, musclos gratinats

Colliure: la joya de la corona

Y dejamos para el último día la joya de la escarpada corona literal de la Costa Bermeja: Colliure. Seguro que muchos tenéis la última visita acumulando polvo en los cajones de la mente: la excursión de la clase de literatura del instituto para visitar la tumba de Machado. Aquí la gran tentación es establecer la comparación entre Cadaqués y Colliure.

Estas dos maravillosas villas marineras son hermanas, pero muy diferentes. Cadaqués es un lienzo de blanco pescador y azul marino. Colliure es más bien una pintura –fauvista, claro– de cromatismos ocres –castillos, iglesias, molinos– y multicolores. Porque de hecho, en Colliure no hay ni una casa blanca. Y eso es porque, una vez al año, los pescadores pintaban sus casas con los restos de pintura de las barcas y la buena costumbre se ha solidificado en la carta de colores municipal.

Colliure
Foto: Ricard MartínColliure


En Colliure hay mucha historia: el fuerte de Sant Elm, del siglo XVI, situado en una colina que domina Colliure y toda la Côte Vermeille, es una de las fortificaciones más emblemáticas del sur de Francia. Construido sobre una antigua torre de vigilancia medieval, este bastión militar fue reforzado durante los conflictos entre Francia y España, y más adelante fue modificado por el ingeniero Vauban, famoso por sus reformas defensivas en todo el territorio francés.

Aquí el tema playa se resuelve rápido y cómodamente; una deliciosa playita urbana desde donde se dominan todas las glorias arquitectónicas y paisajísticas, de guijarros grandes, donde te puedes apoyar y disfrutar sin perder tu compostura de bohemio urbano chic.

La platja de Colliure
Foto: ShutterstockLa platja de Colliure


También hay que visitar la iglesia de Notre-Dame-des-Anges, situada junto a un faro medieval. De finales del 1600, con su cúpula color ladrillo coronando el pueblo y situada en el muelle del pueblo, esta sencilla edificación transmite serenidad y es la única iglesia francesa bajo el nivel del mar.


Y si ya estáis hartos de rozaros con una multitud de turistas como vosotros, aquí tenéis una pequeña excursión: id hacia el molino de Colliure. No necesitáis indicaciones, solo caminad hacia la imponente silueta que se divisa en el horizonte. Tras unos quince minutos de subida, entre peldaños de piedra y pino marítimo, estaréis frente al Molino de Colliure: construido en el siglo XIV como molino de viento, tuvo un papel fundamental en la alimentación local, y es el molino más antiguo del Rosellón. Todavía funciona: hoy es un molino de aceite.

El Molí de Colliure
Foto: Ricard MartínEl Molí de Colliure


El paseo tiene esa característica tan propia de la costa del Alt Empordà: sacrificas veinte minutos de subida amable y de repente tienes a tus pies una vista espectacular, desde donde dominas toda la bahía de Colliure.

Comer en Colliure

Una dirección imprescindible, inevitable a la hora de comer bien en Colliure, es el restaurante Mamma, dentro del hotel Les Roches Brunes. Y el mejor elogio que se le puede hacer es que la cocina está a la altura del entorno: desde la terraza del restaurante se contempla todo el pueblo por un lado, y el camino de ronda por el otro.

Mamma restaurant
Foto: Ricard MartínMamma restaurant


Aunque el nombre suene a italiano, Mamma es un restaurante muy afinado de cocina catalana creativa y mediterránea que pone énfasis en el mar y montaña. Son platos delicados y seductores pero con punch –como por ejemplo, unas albóndigas de cordero con calamares y una base de sofrito de berenjena– y que también tienen un elemento creativo de riesgo, como por ejemplo una ensalada de frutos del mar con salicornia y helado de ostra. La relación calidad-precio es excelente: 79 euros por un menú degustación que en cualquier Michelin de Barcelona costaría mucho más.

Mamma, Colliure
Foto: Ricard MartínMamma, Colliure


Los franceses os pueden caer mejor o peor, pero en algo nos llevan una ventaja sideral: en el aprecio y el mantenimiento de lo público. Y el Celler Dominicain de Colliure es un buen ejemplo. Hace siglos, este formidable edificio era un convento dominico, consagrado en 1457. Después de la Revolución Francesa, el estado francés lo expropió y lo usó como depósito de munición, hasta que en 1926 la cooperativa de vinificadores de Colliure lo adquirió en subasta pública.

Vale mucho la pena encargar una visita guiada con catas: aquí producen la mayor parte del vino de las DO Colliure y Banyuls, y descubriréis unos alcoholes que expresan el terreno con fuerza y espíritu artesanal. Las uvas de los coupages (sobre todo syrah, garnacha y moscatel) las recogen a mano, y resultan vinos muy buenos como el tinto Les Culottes, un amistoso golpe picante, lleno de taninos robustos.

Descubriréis unos alcoholes que expresan el terreno con fuerza y espíritu artesanal

El lugar es muy especial: una antigua iglesia donde llevan cien años vinificando. Las vigas del techo están ennegrecidas por décadas de efluvios de la parte de los ángeles –es decir, el espíritu del vino– y donde estaba el altar reina un impresionante tanque de 510 hectolitros, donde hacen el vino más antiguo, el dulce para postres.

Celler les Dominicains
Foto: Ricard MartínCeller les Dominicains


Y después de tanto andar bajo el sol, playa y catar vinos, seguro que os habrá entrado hambre. Pues no tendréis que moveros mucho, porque en el mismo antiguo convento hay un restaurante. Le Jardin de Collioure es una brasería con un jardín espectacular, que ocupa el antiguo claustro del convento. Nada exótico si venís de Catalunya –brasa de calidad, sobre todo el pescado, caracoles, suquet, y el variado de Colliure, que incluye anchoas, escalivada, huevo duro y pan con tomate– pero de lo más satisfactorio.

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