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Los propietarios del Quimet de Gràcia reabren la centenaria Bodega Nulles de Sagrada Familia

Los hermanos Montero han estado un año restaurando y preparando este emblemático establecimiento

Ricard Martín
Escrito por
Ricard Martín
Editor de Menjar i Beure, Time Out Barcelona
Els germans Montero en acció a la Bodega Nulles
Foto: Karla Schmotzer | Els germans Montero en acció a la Bodega Nulles
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Los hermanos Montero, David y Carlos, son pioneros en la recuperación del ritual del vermut y el resurgir de la bodega en Barcelona: en 2010 salvaron la Bodega Quimet del cierre por jubilación de Eugeni, el hijo de Quimet. Es la misma historia que la de la bodega Montferry: a base de humanidad, persistencia, precios populares, alta calidad y mucho, mucho trabajo y vocación de servicio al barrio, fueron de los primeros en convertir un establecimiento venerable pero envejecido en un bar de culto donde la juventud se da amistosos codazos para encontrar un sitio bajo la sombra de las botas de vino por doquier y disfrutar de las anchoas caseras, el jamón cortado a mano y el guisito de carrillera.

No jugamos al Monopoly, solo queremos que no se pierda otra bodega 

Y lo han vuelto a hacer: acaban de reabrir la centenaria Bodega Nulles (Nàpols, 239. 934 58 21 66), una bodega del Eixample Derecho en activo desde principios del siglo XX, tras todo un año de cierre y restauración. Llegaron a ella por casualidad: "un distribuidor de vinos nos dijo que había cerrado y fuimos a echar un vistazo. Y tuvimos la misma sensación que con el Quimet: una jubilación merecida, pero un lugar que Barcelona iba a perder", explica David.

Bodega Nulles
Foto: Karla SchmotzerBodega Nulles

Tomando una cervecita en la barra —tirada con la misma muñeca perfecta que en el Quimet— aprecio los detalles de recuperación artesanal, llenos de afecto. "Lo hemos hecho con la familia: un tío electricista, otro ebanista, el padre constructor, nada de despachos de arquitectura", me explica Carlos, mientras me señala, orgulloso, una barra en la pared que era un asiento de banco rescatado de la chimenea de la Casa Amatller, o paneles de vidrio de botella que hizo un amigo vidriero y han colocado en una puerta de hierro forjado de 1890, porque antes de ser una bodega esto fue una herrería.

Bodega Nulles
Foto: Karla SchmotzerBodega Nulles

Se come y se bebe de forma muy parecida a la del Quimet. El techo está lleno de barricas de vino y tanques de cerveza fresca, hay grifos de vermut, Priorat, Gandesa, vermut otra vez, las botellas a precio de tienda con un pequeño suplemento por abrirlas en la mesa, una barra con tapas frescas de la casa y también un expositor de rosticería con las delicadezas caseras frescas del día: vitello tonnato, fricandó, tomates confitados con alcaparras y anchoa, una ensaladilla rusa buenísima, ostras, embutidos y quesos selectos al corte... Y los combinados de conservas que ya hicieron famoso al Bar Bodega Quimet, esos platazos de atún, boquerones, anchoas, olivas, navajas, pimiento asado y pan con tomate.

Bodega Nulles
Foto: Karla SchmotzerBodega Nulles

"Hombre, tenemos 15 años de experiencia, pero esto es como las películas", ríe David, "¡nunca sabes si la segunda parte gustará como la primera!", comenta con cautela. "Tenemos el saber hacer, pero no somos un grupo de restauración, no somos empresarios que ponen medio millón sobre la mesa y contratan y despiden", prosigue Carlos. "Hemos podido hacer esto porque en el Quimet tenemos un equipo buenísimo y estable. No jugamos al Monopoly: simplemente no queríamos que se perdiera otra bodega", remata el hermano pequeño.

Bodega Nulles
Foto: Karla SchmotzerBodega Nulles

Como el Quimet, la Bodega Nulles fue durante cien años propiedad de la misma familia: Lluís Guàrdia, el propietario, se jubiló hace ahora un año. Hace un siglo, su abuelo vino de Nulles (Alt Camp) y montó un despacho de vinos en la por entonces flamante Dreta de l’Eixample. En respeto a la solera de la bodega, los Montero han ido a comprar baldosas antiguas y bancos de madera a anticuarios de Vilafranca.

Cuando un turista prueba un vermut y ve que cuesta 1'75, se olvida del Spritz

Bodega nueva, barrio nuevo. De Gràcia al Eixample, a pocos cientos de metros del infierno turístico de la Sagrada Família. "Si entran seis turistas a cenar a las siete, encantado de recibirlos. Si me piden un Spritz, les daré a probar, gratis, un vaso de vermut. Y cuando ven que cuesta 1,75 y lo bueno que está, alucinan", ríe David, que está empeñado en seguir vendiendo buen vino a raudales a precios ridículos para la gente mayor del barrio. "Esta conversación ya la hemos tenido. Barcelona es una ciudad europea, tanto como Roma. Y yo en Roma quiero el café y el chupito de grappa, pero estamos en Barcelona. Y una bodega de Barcelona es esto".

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