A comienzos del siglo XX había sido una fábrica de gaseosas, así que no es extraño que desde hace cuatro años sea una bodega: el espíritu de la bebida ya estaba allí cuando un vermutero intrépido como Eduard decidió convertirlo en bodega. En Cal Marino tienen una oferta despampanante de vinos, cervezas, croquetas de mil sabores, quesos y platillos. Destacan la tortilla jugosa, la cecina con alcachofas, el estofado de jabalí y el sorbete de gin-tonic, pero siempre hay nuevos platos por descubrir... El local es muy grande, así que es una buena opción para ir en grupo.
Toneles, grifos, anchoas y alegría. Patrimonio material y líquido de una ciudad con exceso de culto a la novedad y los a bares recién abiertos. Si sois más de la vieja escuela y os gustan los clásicos a granel que sobreviven conservando las esencias en madera y trato familiar, este es vuestro artículo. Aquí podréis practicar la sana religión de las mejores tapas, el culto a la buena croqueta y la liturgia del vermut en las bodegas más carismáticas de la ciudad. Nos preparamos para vivir la vida a granel.
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