Desde principios de los años 90 que en Barcelona nos puede dar un arrebato y decir, con los ojos iluminados y el bolsillo agujereado: ¿vamos a Cal Pep? La alegría es instantánea. Cuando el vaivén de locales que abren y cierran es el pan de cada día, es un gusto poder volver a aquellos restaurantes que nos han hecho felices, como este, que ya hace más de treinta años que nos ofrece su barra alargada, su cocina franca y exquisita, sus clásicos que nunca fallan. ¿Que no has ido, que no lo conoces? ¡Pon remedio!
No os podéis ir al otro barrio -ni comer otro bao, curry, cebiche o pizza- sin haber probado antes, por ejemplo, su tortilla trempera, al punto y hecha al momento, con aquel gustito ahumado del pimentón de la Vera que le da el chorizo Tía Felipa y para terminar de hacerla inolvidable, el alioli por encima. O las alcachofas rebozadas, que te zamparías un kilo pim-pam. O las almejas con jamón, con un caldillo que harña que pidas todo el pan que haga falta para no dejar gota. Los segundos pican pero la calidad es indiscutible: la corvina a la donostiarra es sensacional, el filete también. Ahora, que seréis igual de felices, si en vez de eso, pedís pescado frito, sepia con garbanzos o unas albóndigas. ¡Que por muchos años podamos seguir volviendo a esta barra fabulosa!