El Iakni ha puesto la guinda exótica en un barrio con mucha oferta gastronómica. No hace ni dos meses que levantó la persiana y este local pequeño, servido con diligencia por un camarero de sonrisa contagiosa y sincera. Dos hermanos del país de los cedros –el tópico me quemaba–, Ralph (ingeniero) y en Miguel (publicista), no venden motos: Iakni quiere decir 'cocina casera'. Ni microondas, ni freidoras ni hummus de remolacha. Aquí el puré de garbanzos es espeso, y el babaganuix es más cercano a la escalivada que no a la crema indeterminada. De su cocina salen los hits de la cocina libanesa ejecutados con tanta precisión como amor. El hummus, el baba ganoush, los pepinos avinagrados, el falafel, las tapas libanesas –con un falafel espléndido, suave, sabroso, crujiente y no reseco, un tabulé balsámico, kebes (croquetas) y el bocadillo de kefta son extraodinarios. Todo es casero y hecho con productos de calidad: el shawarma no sale de un sospechoso bloque de carne sino de un filete de ternera tratado con respeto. Y cómo se agradece...
