En apenas unos pocos metros cuadrados la barra, un espacio de degustación de dimensiones ajustadas y la cocina (fuera del alcance de la vista) forman un espacio cuadrado: entre la barra principal, de madera, y la contrabarra, en baldosas blancas, Amanda descorcha botellas, sirve las copas e introduce al cliente a los vinos propuestos. Al otro lado, todo madera y ladrillo visto, otra barra paralela y una diminuta mesa alta anclada en la pared ofrecen unos sitios adicionales para los clientes. En baldas altas, aquí y allá, se reúnen decenas de botellas que aguardan su ocasión de salir a la palestra. En este interior llegan a sentarse unas 7 u 8 personas, siendo un total de 9 o 10 las que admite el local si parte de ellos toman su vino de pie. Si se llena, cosa que puede suceder fácilmente, el espacio puede resultar ciertamente ajustado. Es precisamente el reducido espacio lo que hace que haya poca intimidad y que la experiencia derive, fácilmente, en la socialización y la charla con el resto de los clientes del local.