Bajo la piel de una taberna discreta, de mesas altas y cerveza como gran protagonista, se esconde marisco de primer nivel y platos tan sobresalientes como reconfortantes. Desde una tortilla rellena de manitas a la estilosa actualización de una merluza a la gallega o unas albóndigas para la ovación. Pero quizás sean los callos, que solo sirven viernes y sábado, la piedra angular del proyecto. “Me encantan, me parece un plato de aprovechamiento brillante”, cuenta Guillermo, un veinteañero formado en Le Cordon Bleu, que aprende en directo pero es capaz de levantar una propuesta con muchos argumentos. “La cocina es un medio para un fin. El mío es crear un modelo de negocio que sea justo y responsable con empleados, proveedores y sobre todo con el planeta. La proximidad siempre que se pueda lograr, el desperdicio cero, los materiales textiles reciclados…”.