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A Garrotxa
Foto: Iván Giménez A Garrotxa

A Garrotxa: un pequeño secreto gallego donde se come muy bien por muy poco dinero

Este bar-restaurante de barrio ofrece cocina gallega tradicional con producto del bueno

Ricard Martín
Escrito por
Ricard Martín
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¿Un restaurante gallego que se llama A Garrotxa? "En Galicia, una garrocha es la raíz gruesa de un arbusto llamado uz, que se utilizaba para hacer carbón, una materia primera fundamental", me explica Jesús Pérez (sala), copropietario de A Garrotxa (Avenida de Río de Janeiro, 135) junto a su pareja, Manoli Rodríguez (cocina). "El primer propietario escribió garrocha mal y así se quedó el cartel", ríe Rodríguez, ante un nombre híbrido que resuena entra la Catalunya y la Galicia profundas.

En catalán, 'garrotxa' significa "tierra áspera, rota, de mal pisar". Y en Nou Barris, A Garrotxa es un restaurante y bar gallego –¡con un horno de carbón!– que se te aparece justo después de que la amable horizontalidad municipal de Can Dragó claudique ante los bloques de hormigón. Tienes que dejar la bicicleta y trepar por terraplenes y cruzar vías rápidas por escaleras. O sea, que ambos significados confluyen de maravilla en A Garrotxa de la Prosperitat.

No es que A Garrotxa sea un secreto para los vecinos, sino que lo es para los foráneos de Nou Barris. Estamos en uno de esos restaurantes descentralizados con una relación calidad-precio extraordinaria. Que exista tan lejos (pero tan cerca) de la gentrificación de las bravas de diseño y los tártaros de aguacate y salmón enfatiza su valor. No están empecinados en su galleguismo. Que en un menú de mediodía cojonudo –a 13,90 euros– te sirvan 'escudella barrejada' (¡en verano!) es un alegato a favor de la cocina catalana más sincero que el de los restaurantes que se hacen llamar 'tradicionales' y te hinchan a burrata. 

Media de pulpo a la gallega en A Garrotxa
Foto: Ricard MartínMedia de pulpo a la gallega en A Garrotxa

Pido espárragos a la brasa con romesco (práctica de riesgo, a menudo castigada con una mierda aceitosa y rácana en los menús de mediodía). Aquí es, nada menos, que un plato de espárragos con sabor a brasa porque los han hecho a la brasa y con un romesco fiable. De segundo, unas croquetas de bacalao enormes y sustanciosas, caseras, con equilibrada proporción de cremosidad y bacalao, y que van acompañadas de verdura escalivada y esas patatas tan buenas que solo saben hacer los gallegos.

Botillo, sartén de zorza, lacón al horno... ¡Todo el universo gallego más auténtico!

Mientras pagas, te mira el ojo rojo del horno de la cocina. "El horno de leña es una marca de la casa; sabes que en este menú de mediodía puedes pedir churrasco o butifarra a la brasa y será bueno", explica Rodríguez. La otra seña de identidad es su galleguismo, claro; ciertos productos los traen directamente de Galicia, como la carne, las cebollas y las patatas. Los embutidos, todos vienen del Bierzo.

Las fastuosas croquetes de bacalao del menú de mediodía de A Garrotxa
Foto: Ricard MartínLas fastuosas croquetes de bacalao del menú de mediodía de A Garrotxa

Y aquí empieza lo más interesante. La pizarra canta unas tapas y especialidades que sobre todo sirven en fin de semana, y que nos emocionan a quienes todavía creemos, como dijo Luján, en la vertebración de España a través de sus cocinas diversas. Hacen un lacón asado con cuatro horas de horno, vino y coñac que es un espectáculo: a la porra el 'pulled pork' estilo Kansas, oye. 

Otras especialidades telúricas son la sartén de zorza –dados de cerdo encurtidos y macerados con patatas– o el botillo, embutido emblema del Bierzo: intestino de cerdo relleno de chuleta adobada de cerdo y asado, con patatas. Antes del postre, pido media de pulpo a la gallega (fino, tierno, buenísimo). Por 22 euros he disfrutado de un menú casero abundante y sabroso, media ración de marisco, postres (crema catalana impecable), cervecita y dos copas de vino tinto buenísimo. Salgo cantando "La Traviata". (Sí, entré en zapatillas y salí con las botas puestas. ¡A Garrotxa lo vale!).

El platonismo de roña tabernaria –alabar cualquier cosa que te zampes porque el sitio se cae a pedazos y tiene encanto– aquí no procede. A Garrotxa abrió en 1985 como restaurante gallego, y la pareja de propietarios lo ha mantenido inmaculado desde que se hizo cargo en 1991. Parece más un restaurante ochentero de carretera, limpio, como una patena, que no una taberna de barrio. Amplio, luminoso, con suelo de terrazo y mesas de fórmica, y una barra muy bonita. Sin ninguna pretensión más que la que promete y cumple: que comerás muy bien por poca pasta. Exploradores urbanos, esta excursión es obligatoria.

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