El soplo de aire fresco que supuso la aparición (en solitario) de Hugo Muñoz en las vidas de los foodies madrileños pasa por abrazar la causa japo-castiza con desparpajo y maestría de senséi. Desde el tartar de toro homenaje a Robuchon o su codorniz de Bresse a sus nigiris de foie y anguila, desde la revisión del paté de campaña de Horcher con relleno de gyoza (para gyozas, las de callos) a una ensaladilla preciosísima que no escatima en ingredientes con apellido para comer con palillos: guisantes del Maresme, papa negra canaria, zanahoria eco y tacos de sashimi toro sobre una mayonesa de aceite de atún de brillo emulsionado. El reflejo perfecto de una cocina de sabor que seduce por atrevida e imaginativa.