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Barcelones@s tod@s: una buena parte del año alquilamos el espacio público de nuestra ciudad a los 16 millones de turistas que nos visitan. Un día bajas al bar, y te das cuenta de que, sencillamente, ya no cabes. ¿Solución? Triste, pero sensata: da un paso al otro lado, como decían los Doors. Si la playa de la Barceloneta es la más masificada de Europa –¡tocamos a un 0,70% de superficie de toalla por persona!–, nos vamos a las dunas naturales del Prat.
Y si las hordas de expats han colonizado tu barrio con cafés a 3,70 y vinos naturales a precios sobrenaturales, entonces pongamos rumbo a la segunda ciudad más grande de Cataluña (que es L’Hospitalet, está fusionada con la tuya, y los turistas solo van allí a dormir). Os hemos preparado una ruta gastronómica por l'Hospitalet de vermut, comida, cena y copas en la que no os cruzaréis con ningún Bus Turístico y donde los precios se desploman por la inexorable ley de la oferta y la demanda.
Empezamos en el Bar Bodega Juan Carlos (Castelao, 29. T. 93 432 04 60), que es exactamente eso: una bodega abierta a finales de los años 60 que ha permanecido impermeable a las modas, el turismo y las gildas a 5 euros. Un lugar delicioso, conservado por su dueño como un facsímil, con barricas de vino a granel, tragaperras y precios de antes de los Juegos Olímpicos. ¡Cervezas a 1 euro! ¡Ensaladilla rusa buenísima a 2,20!

Servidor se sobrepone del shock cultural de sentarse en una barra que elude la nostalgia deliberada y la restauración de catálogo caro: esta bodega tan solo ha cruzado los lustros del calendario en buena forma. Y disfrutamos de un aperitivo espléndido a base de gildas de aceitunas gordas y conservas ensambladas, ensaladilla rusa y patatas chips que sabe a infancia, antes que ítems como vermutería, croqueta pato Pequín y tortilla de patatas de influencer hubieran corrompido nuestra vida y nuestro vermut.

Hora de comer: L’Artesana de Santa Eulàlia (Aprestadora, 9. 934 52 55 82), sucursal de L’Artesana del Poblenou, la primavera de 2025 cumplió un año de vida en L’Hospitalet. "Este es un restaurante de conciliación familiar", me explica Pau Pons, cocinero y socio de ambas Artesanas. Provenientes de instituciones como Gresca y Mas Pau, Pons, Héctor Barbero y Romina Reyes se han convertido en pilares de la alta cocina de barrio en Barcelona, con un menú de mediodía imbatible y una carta con platos que son estándares de la cocina moderna barcelonesa (las albóndigas de sepia con tendones y la papada teriyaki con navajas, por ejemplo).
L'Artesana es un restaurante de conciliación familiar
Pons abrió la segunda Artesana en l’Hospitalet porque tiene a su familia allí y el restaurante justo frente a casa. Las dos Artesanas comparten empresa, proveedores y manera de trabajar: "Todo casero excepto el pan y el hojaldre, aunque Héctor le da su toque y yo el mío: los menús son diferentes", me explica. El menú (16,20 euros, con copa de vino y postre) cambia semanalmente: tres primeros y cuatro segundos, y siempre bailan uno o dos platos del día distintos para la clientela fija.

El toque creativo se saborea en cómo aligeran el sofrito de platos suculentos –un pollo a la catalana celestial que no provoca ataques de narcolepsia–, pero también en invenciones como un canelón asiático que nada en un caldo especiado, y un phoskito casero de postre delirantemente bueno. Y mantienen la opción de hacer un menú degustación con todos los platos del día por 22,50 euros.

El día que fuimos, por ejemplo, podríamos habernos zampado un recorrido de: sam vietnamita relleno de manzana, nueces, yogurt y apio, polenta con tomate seco, parmesano y aceite albahaca y coca de vitello tonnato, de primero. De segundo, pescado del día con guarnición y muslo de pollo asado con setas. Postres: manzana al horno con crema de cardamomo y pastel de mousse de chocolate.
Por decreto municipal debería haber una Artesana en cada distrito.
Hora de cenar. Tal vez algunos aún tengan la imagen de L’Hospitalet como la ciudad de la tapa vintage, de bravas de bar gallego buenísimas y gigantes, de tortitas de camarón del tamaño de un frisbie. Sí, hablamos de templos como el mítico Bar Córdoba.
Pero también ha habido renovación en este campo. Verónica Puig y Gustavo González, emprendedores enamorados de la tapa casera y el buen vermut, aún celebran que a finales de 2024 uno de sus tres bares de vermut y tapas, El Cau del Vermut (Santa Eulàlia, 7-11. T. 935 25 33 06), fue el primer restaurante de l’Hospitalet en ganar el solete de Repsol, que certifica una óptima relación calidad-precio.

Tienen tres locales, "pero no te pienses que vamos de potentados por la vida, si ganáramos mucha pasta no estaríamos pringando todo el día aquí", se ríe ella (también tienen un historial de sudar sangre para recuperar clásicos como la Bodegueta de Cal Pep, y de sacar adelante locales con buena cocina y licencias limitadas).
El Cau del Vermut fue el primer restaurante de l'Hospitalet a ganar un solete Repsol
Puig reivindica que Repsol premia "una cocina de tapa casera, donde el 90% está hecho a mano". Y desde 2019 han establecido tapas clásicas: como la bomba de l’Hospitalet –melosa, picante, sin rebozar– y los boquerones de la casa, marinados con aceite de oliva, lima y mandarina.

Hay otras especialidades más contundentes y tradicionales, como un torrezno sensacional y albóndigas de manual. También tienen un rincón vegano con faláfel de lentejas con tzatziki y pinchos con seitán y sobrasada veganos. El plato más caro es la entraña a la brasa, a 15 euros: el resto se mueve entre 6 y 9,5 euros.

La bodega es cosa de González, un loco del vermut que ha logrado reunir más de cien referencias de aperitivos. La carta tiene casillas para marcar: la clientela señala los vermuts que ha probado, se lleva la carta a casa y vuelve. "Hay una ruta vermutera que conecta Sants con l’Hospitalet, y esto es una forma de hacer pedagogía. Tenemos vermuts descatalogados; en algunos predomina el tomillo, en otros el romero. Ahora nos gustaría encontrar un sommelier de vermuts para hacer catas" explica González, un informático de origen venezolano que se enamoró de la cultura del vermut al llegar a Cataluña.
Tenemos una carta con cien referencias de vemuts
El Cau, como todo l’Hospitalet, parece muy lejos, pero está muy cerca. Puig: "Cuesta hacer que la gente de Barcelona venga aquí. Pero no por esnobismo, sino porque tengo la sensación de que tienen una imagen anticuada de la ciudad, que no se corresponde con la realidad".

Entiendo perfectamente estas palabras mientras terminamos la ruta a la una de la madrugada en el Mary Pickford (Enric Prat de la Riba, 246): una coctelería clásica con jazz y blues de fondo. No hay cambios de estado físico en la copa, ni humo ni electricidad (ni hordas de turistas mixológicos con camisetas irónicas de heavy metal). Todos los cócteles cuestan 8 euros, un regalo. Con un whisky sour en la mano, me pregunto si en lugar de tener una visión equivocada de la realidad, lo que tenemos en Barcelona no es una realidad equivocada.
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