Kappo


Sabíamos que cuando Mario Payán cerró su anterior localización tras siete años de trayectoria no nos íbamos a quedar compuestos y sin novio. Nos esperaba en la misma calle un nuevo templo más grande, más luminoso, más arquitectónico, más Kappo a lo bestia. Un local fastuoso a la altura de la personalidad del itamae madrileño que ya está inmerso de nuevo en su manera única de entregarse a la cocina tradicional japonesa: delicadeza (de su producto primoroso) y precisión (del corte a cuchillo y del toque manual in situ). La enorme barra de nogal se venera como a un ídolo, pues es en ella donde pasa lo que hay que presenciar si uno no quiere perderse nada. Puede ser un lugar menos ceremonial y zen, y cierto es que la intimidad permanece más a salvo en las mesas. Queda simplemente ponerse en sus manos para dejarse llevar a través de un menú omakase como propuesta central, a un precio nada escandaloso para lo que se estila. El verdadero rito es la sucesión de nigiris, sublimados por un abanico de pescados que él mismo selecciona en Mercamadrid, de anguila a pez rubio o la traca final de las distintas secciones de atún. La alianza no funcionaría sin la perfección que alcanza el punto del arroz, un arte en sí mismo. Los distintos aliños sutiles pero presentes redondean cada bocado que encierra un pequeño universo de sabor. Sigue siendo un rey.